Desde hace un año proponemos a algunos chicos de secundaria un gesto de caritativa. La hacemos una vez al mes, los domingos por la tarde. Empezamos en el barrio de la Magliana y vamos hacia Tor Bella Monaca, a la casa de las Misioneras de la Caridad, situada entre los edificios de via dell’Archeologia. En esta casa las monjas acogen a niños y jóvenes de Afganistán, que huyeron de Kabul cuando el ejército americano se retiró de la región. Todos ellos tienen alguna minusvalía grave. En las horas que pasamos con ellos, jugamos, cantamos y les ayudamos a comer.
Me gustaría contar tres hechos que sucedieron con los chicos durante este gento tan simple, pero a la vez tan potente.
Un domingo de caritativa coincidía con el derbi Roma-Lazio. Luca, gran aficionado del Lazio decidió ir igualmente a caritativa porque la vez anterior volvió a casa con una «extraña» plenitud, menos explosiva pero más profunda que la que da la victoria del Lazio.
Mientras entraba en la casa de las Misioneras de la Caridad, era evidente el sacrificio que suponía no estar en el estadio, y, al mismo tiempo, había decidido conscientemente estar en caritativa. Lo increíble es que nada más llegar se encontró con Omar, uno de los chavales afganos, vestido con la indumentaria del Lazio (alguien se la regalaría a las monjas) y se puso a jugar con él. Para Luca fue como un signo, una caricia del Señor que le decía: «¡Gracias por haber venido a verme!». El Lazio ganó esa noche.
El segundo hecho se refiere a Tahira, una chica afgana con una mirada preciosa. Le encanta caminar sin parar, se hace kilómetros y kilómetros alrededor de la casa de las monjas. Un día Giada y Aurora se unieron a ella y cogiéndola del brazo, la acompañaron en su paseo circular infinito. Sin embargo, Tahira siempre iba con la cabeza hacia abajo, mirando el suelo. A veces, Giada y Aurora se paraban y le invitaban a levantar la mirada para que se fijara en un pájaro, en el atardecer, en una flor o en alguno de los niños. Ella levantaba la mirada y veía. A la vuelta, Giada nos contó su descubrimiento: «¡Yo soy como Tahira! Muchas veces me veo con la mirada fija en el suelo, replegada sobre mí misma, metida en mis problemas. Estar con ella me hace descubrir que yo también necesito a alguien que me ayude a levantar la mirada y ver lo que hay, la belleza que me rodea. La caritativa ha sido para mí lo que nosotras hemos sido para Tahira».
Era la primera vez en mi vida que me fijaba más en otra persona que en mí mismo
Por último, esto es lo que escribió Daniele sobre su primera vez en caritativa: «El pasado viernes fui al encuentro de Gioventù Studentesca. Un amigo me preguntó: “¿Vienes el domingo a la caritativa?”. Le respondí que sí, pero ni siquiera sabía lo que era. Decidí fiarme de Daniele e ir.
Ese domingo, mientras iba en coche, pensé en lo que iba a hacer, imaginándome lo que sería la caritativa y sobre todo las personas a las que iría a ayudar. Al entrar en la casa, me quedé helado: eran chicos afganos y todos con alguna discapacidad. No me lo esperaba y me sentí confundido. Para tranquilizarme, me senté al lado de uno de ellos y lo miré a los ojos. Él me respondió con una sonrisa que derrumbó mi sensación inicial.
Poco a poco, empecé a hacerme al lugar. Cuando llegó el momento de la merienda, todos empezaron a comer excepto uno, que no podía hacerlo solo. Una monja me preguntó: “¿Quieres ayudarle tú?”. Le dije que sí. Empecé a darle de comer, pero pronto me di cuenta de que no era algo sencillo. Sin embargo, no quería tirar la toalla. Era la primera vez en mi vida que me fijaba más en otra persona que en mí mismo. Mientras terminaba la papilla, don Philip me llamó: «Venga, tenemos que irnos». ¡Había perdido la noción del tiempo! Mientras volvíamos, pensé en lo afortunado que era y lo sorprendido que estaba cuando entré en esa casa. Me dije a mí mismo que Dios no es como te lo esperas, aunque luego es más de lo que esperas».