Una de las experiencias más bonitas que ha acompañado mis dos últimos años de seminario ha sido la posibilidad de estudiar en una Universidad Pontificia. Tras regresar de la experiencia misionera a mitad del seminario, en los últimos años de formación los seminaristas asistimos a la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en el corazón de Roma: vamos a clase todas las mañanas, hacemos los exámenes y, cuando podemos, también intentamos estudiar.
Esta experiencia ha sido edificante para mí, porque me ha dado la oportunidad de conocer a jóvenes de todo el mundo, con las más diversas experiencias eclesiales, cada uno de ellos custodio de una historia única y particular. Han sido dos años en los que hemos podido respirar cada día la catolicidad de nuestra fe, la grandeza de la Iglesia y la esperanza en su futuro. Hemos conocido a seminaristas que provienen de tierras perseguidas como Nicaragua, otros procedentes de países en los que aún se respira la frescura de la fe como Filipinas, y otros más de sociedades secularizadas en las que la Iglesia está renaciendo, como en Francia.
Conocernos también ha sido una oportunidad para intercambiar nuestras experiencias. De algunos hemos aprendido una mayor radicalidad en ciertos aspectos de la vida, de otros, una mayor sencillez en el vivir la fe. Con todos hemos podido compartir los retos que cada comunidad está atravesando, solidarizarnos con quienes están pasando por momentos difíciles, rezar para que podamos ser fieles a la llamada que Dios nos ha hecho.
Para nosotros, ha sido una oportunidad para poner en juego nuestra amistad y creatividad al servicio de la Iglesia
Dentro de esta variedad y riqueza, también nosotros, los seminaristas de la Fraternidad San Carlo, hemos propuesto algo propio. Cada dos semanas, al final de las clases, invitábamos a nuestros compañeros de curso a participar en la Escuela de comunidad sobre El sentido religioso de don Giussani y luego a quedarse a comer juntos.
Esta propuesta respondía a una de nuestras preocupaciones: nos encontramos en un lugar único en toda la Iglesia y deseamos compartir con quienes nos rodean cada día lo que más nos importa: nuestra fe. Así que invitamos a muchos amigos y, en estos años, han participado en nuestra Escuela de comunidad varias personas procedentes de otros continentes. Algunos han venido solo una vez, otros se han vinculado fielmente a este momento que se ha convertido en esperado y deseado.
Para nosotros, ha sido una oportunidad para poner en juego nuestra amistad y creatividad al servicio de la Iglesia, y esto nos ha enriquecido enormemente. Estos años de universidad nos han confirmado cuánto el carisma de don Giussani puede ser una levadura para toda la Iglesia, un patrimonio del que muchos pueden extraer una nueva inteligencia de la fe y una experiencia renovada de comunión. Hemos aprendido a amar más a la Iglesia y al movimiento de Comunión y Liberación, precisamente porque hemos visto cuánto se enriquecen mutuamente dentro de una unidad que los precede.