Un encuentro de corazón a corazón

Ante un mundo en el que cada vez estamos más solos, el camino de la misión cristiana es la amistad.

20230930 Vienna Giornata Di Inizio 34 Dimensioni Grandi
La comunidad de Comunión y Liberación de Austria, durante unos juegos.

Hace poco hablaba con un amigo de nuestra querida Europa y de cierta tendencia general, «la epidemia de la soledad», como muchos la denominan. Mi amigo me decía: «tengo la sensación de que estamos ante un mundo donde no conseguimos ir más allá de dos modos de vivir: o vivimos en el tribalismo o en el individualismo». Mirándolo bien, parece que estas dinámicas aparentemente opuestas surgen de la misma raíz. En ambos casos, nos rodeamos de personas que son la réplica de nosotros mismos, nos aislamos en los búnkeres de nuestro modo de pensar, y al final, a la hora de la verdad, nos quedamos solos.

Esta percepción se ve confirmada con una simple ojeada a la actualidad. Las recientes elecciones políticas en muchos de los países europeos han confirmado el aumento significativo de consensos en torno a los llamados partidos nacionalistas. Es un dato que puede leerse como una búsqueda desesperada de recuperar una identidad perdida o como un miedo a todo lo que se escapa de nuestro control. Los círculos que predican una hermandad universal incolora −sin cielo, nación o religión, como cantaba John Lennon−, también dicen de sistemas cerrados a cualquier posibilidad de diálogo. Son cada vez más los jóvenes a los que les cuesta salir de sus habitaciones, los que prefieren lo virtual a la realidad, un sitio donde se sientan mimados y seguros. El mundo del trabajo parece haberse convertido en un lugar donde todo, desde la relación con los compañeros hasta la elección de la profesión, se vive en función de la propia autoafirmación solitaria. A veces, cuando hablo con padres y jóvenes, tengo la impresión de que uno está dispuesto a sacrificar incluso la felicidad en nombre de la independencia, convertida en un valor absoluto.

Las historias de nuestras misiones en Europa hablan de experiencias de amistad

¿Es esta toda la verdad? Las historias de nuestras misiones europeas hablan de otra cosa. Hablan de experiencias de amistad que nacen, por gracia, gracias a una «vieja» invitación. Hace dos mil años, en una cena un hombre dijo a sus mejores amigos: Os llamo amigos, porque todo (…) os lo he dado a conocer (Jn 15,15). El todo, el sentido y el secreto de la amistad que este hombre −Jesús− proponía, era la comunión profunda entre lo humano y lo divino, el ofrecimiento de ese torrente de vida nueva que Él mismo había traído al mundo, que procedía del corazón de Dios mismo y que no les dejaba tranquilos, es más, les ampliaba el horizonte del mundo.

Historias de amistad que suceden en nuestras casas, lugares construidos a partir de nuestras vidas traspasadas por Dios, empezando con los criterios con los que afrontamos nuestro trabajo, el tiempo libre o los momentos de descanso. Es una amistad 360º, cuya intención es llegar a todos. Puede darse en una peregrinación, durante un año de catequesis, en cinco días de vacaciones, en un encuentro en el colegio o en un momento educativo de caridad.

Nos sentimos llamados a seguir el rastro de las personas que vamos conociendo, provocando y esperando una apertura por su parte, esa apertura milagrosa que lleva a vislumbrar la profundidad de cada persona. Esta profundidad está hecha de sed de verdad, de búsqueda tortuosa y a veces dramática de un Salvador, de espera de ser perdonados, de hambre de comunión. Esta profundidad que alberga cada hombre exige respuesta y no nos deja indiferentes. De ahí nace nuestra misión, uno de los dones de Dios que hemos recibido y que seguimos recibiendo de Él, a través del Cuerpo que lleva caminando dos mil años y del que indigna y orgullosamente formamos parte.

La misión cristiana no es un partido de Risk, sino un encuentro de corazón a corazón. No valen las armas o los territorios conquistados. Es necesario ir hasta el fondo, pues solo así nos encontramos con el otro verdaderamente, solo así nos descubrimos abiertos a todos. Lo que nos anima en nuestra misión es un solo deseo: que los lugares en los que estamos presentes se conviertan en la encrucijada donde el corazón pobre del hombre se encuentre con corazón rico de Dios.

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