Una luz en la noche de Kahawa Wendani

Incluso ante la muerte hay Uno que trae la esperanza. Una historia desde Nairobi.

20241101 Nairobi St Joseph Health Center 15 Grande
El exterior del pequeño hospital St. Joseph de Kahawa Wendani. En la pancarta de la fachada se lee: «Servir a Cristo sirviendo a las personas».

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?» (Mt 5,13). Así hablaba Jesús a sus discípulos al enviarlos de misión. Después de dos años de misionero en tierras africanas, muchas veces me he visto identificado con estas palabras. Sobre todo, con la segunda parte del versículo; asusta, pero al mismo tiempo expresa una gran verdad. La misión pone continuamente de manifiesto tu impotencia y pequeñez ante la pobreza y el sufrimiento del mundo. Sin embargo, Jesús añade: «Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte» (Mt 5,14). No podemos retraernos.

Hace unas semanas viví esto en el pequeño hospital de Kahawa Wendani donde está presente la Fraternidad San Carlos. Se encuentra en medio de un barrio bastante céntrico de Nairobi. Es habitual que llamen a la puerta del despacho del sacerdote para pedir ayuda económica. Pero una mañana vino una mujer, Lucy, acompañada de una enfermera por otro motivo totalmente diferente. Tenían que darle una noticia dramática a esta joven madre. La niña que llevaba en el vientre desde hacía siete meses tenía anencefalia, y solo podría vivir unos pocos segundos nada más nacer.

Cuando el padre y la madre de la bebé llegaron al despacho con la doctora que llevaba su caso, un silencio glacial llenó la habitación. La doctora comenzó a explicar en qué consistía la malformación. Yo, sentado delante de ellos, no tenía palabras para el drama que estaba viviendo la pareja. Sentía que el intercambio de palabras que había en la estancia era frío, aséptico, insípido. La mirada de Lucy pasó de la doctora al suelo y se quedó ahí, con los ojos fijos en sus pies. Intentamos decir algo, pero, ¿qué se le podía decir a esta madre? La doctora y yo nos quedamos sin saber qué decir delante de un dolor que remotamente podíamos intuir.

Las únicas palabras que puedo decir no son las mías, sino las de Jesús

Lucy tendría que dar a luz a su niña. Le habría gustado que fuese un momento rápido y sin dolor, pero no era posible. Le preguntamos si era cristiana, nos dijo que eran protestantes. Rezamos un Padre nuestro para entregarla a Dios. Su mirada seguía fija en el suelo. Preguntó si podía solucionar todo en unas pocas horas para poder volver a la vida normal, la de antes. No era posible. La niña que llevaba en su vientre era un ser humano, con todos los órganos completamente formados, exceptuando el cerebro y el cráneo. Tendría que nacer a través de un parto doloroso, como todos. Le invité a elegir un nombre para la bebé y a mirarla por lo que era, una hija en todos lo sentidos. Le dije que podíamos bautizarla para presentarla al Señor, de modo que estuviera pura y preparada para ser acogida entre sus brazos. Lucy alzó los ojos del suelo, la luz volvió a ellos. Preguntó si era verdad que iría al paraíso y si Dios la abrazaría. Entonces, comenzó a estar lista para el parto que daría a la niña unos instantes de vida.

Ocurrió durante la noche, después de un largo y fatigoso trabajo de parto. Mary, la niña, nació sin latido. No fue posible bautizarla, pero rezamos con los dos padres delante de su cuerpecito. Una vez más, no tenía nada que ofrecer. Solo me salió una bendición. Las únicas palabras que podía decir no eran mías, sino las de Jesús, las que la Iglesia me invitaba a decir. Son palabras nuevas porque introducen en una dimensión nueva. Hablamos de la esperanza en que un día, en la eternidad que viene después de esta vida, conoceremos a Mary, la niña que vivió pocos momentos dejando un signo imborrable en el corazón de sus padres. La eternidad entró en sus vidas como una luz nueva, como la sal que dio sabor al instante que no podía durar. A la mañana siguiente entré con el corazón encogido en la habitación de Lucy para saludarla. Estirada en su cama, alzó la mirada y me preguntó: «¿De verdad Mary está en el paraíso?». Le respondí que seguramente estaría entre los brazos de Dios. La eternidad entró en el horizonte de Lucy y la luz volvió a sus ojos.

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