«Querido profe, lo más probable es que no se acuerde de mí…». En diciembre recibí este mail de Tereza, una exalumna con la que llevaba nueve años sin hablar. Antes de que dejase el colegio por motivos de salud, le escribí una carta para decirle que esa situación también podía tener un sentido bueno. Me respondió para darme las gracias, diciéndome que le había ayudado mucho mi carta, pero me pedía que no le volviese a escribir. Un ejemplo de la sospecha que a menudo se da en las relaciones.
Llevo en Praga desde el 2009 y durante doce años mi misión ha estado ligada a un colegio en el que daba clases de matemáticas. Solo desde este año, he empezado a ser párroco a tiempo completo en el barrio de Karlín, en una de las iglesias más grandes y bonitas de la ciudad. Es un edificio neorománico, situado cerca del centro. No es una misión de números grandes. En nuestro primer año, tuvimos la gracia de veinte bautizos, diez matrimonios, dos funerales y dos primeras comuniones. Pero me sorprenden los encuentros que hemos tenido. Cuento algunos de ellos.
Blanka es una exalumna. Le prometí que nos volveríamos a ver, pero el primer año en la parroquia fue muy intenso y no hubo tiempo. Nos vimos un año después, en agosto, y nos tomamos una cerveza. También estaba otro exalumno, hablamos un poco de todo y volví contento por haber vuelto a ver a dos personas a las que quiero, preguntándome cómo utilizaría el Señor ese momento.
Solo Dios es capaz de dar una alegría tan profunda, sin pretensiones o recriminaciones.
En octubre, comencé un curso de preparación al bautismo para adultos. Por puro don de Dios, en estos meses siete personas expresaron su deseo de ser bautizadas. Al cabo de dos semanas, Blanka me escribió: «He visto que en la página web de la parroquia das un curso, ¿podría ir, aunque no quiera bautizarme?». Cuando la vi de nuevo, me explicó que el día que habíamos quedado a tomar una cerveza le había impresionado verme feliz. Decía que se le había vuelto a abrir una gran pregunta por el sentido de la vida y que desde hacía días no pensaba en otra cosa.
Muchos mendigos acuden al centro para gente sintecho de Cáritas cercano a la parroquia. Yo voy una vez a la semana a servir polevka (sopa), y cuando ven que soy cura, surgen diálogos inesperados: hay alguno que sigue por Youtube cursos de Biblia, otros escriben poesía y se ofrecen candidatos para las elecciones europeas; hay quien ha decidido vivir en la calle para ser más libre, etc. Algunos critican a la Iglesia…aprendo a escuchar, a estar con ellos sin cálculos, a vivir un aspecto fundamental de mi vocación, el puro servicio.
Ivan está casado desde hace años, su mujer no está bautizada, pero han decidido bautizar también a su segundo hijo. Nos vemos, les pregunto por qué quieren bautizarlo, les explico el rito y hablamos de a qué se dedican. Al cabo de unos meses, él viene a verme. Me dice que el encuentro conmigo ha reabierto en él el deseo de profundizar en la relación con Dios que descubrió en la adolescencia. Ahora se prepara para la confirmación con don Stefano.
Todos estamos llamados a vivir como Jesús. Él no dejó de caminar. Los Evangelios nos hablan de ese camino incansable por Galilea y después hacia Jerusalén, un camino movido por el deseo de cumplir la voluntad del Padre y animado por centenares de encuentros. Cristo continuamente buscaba a la oveja perdida. Entre la muchedumbre, deseaba encontrarse con la persona concreta. Pensemos en Zaqueo, en Mateo, la hemorroísa… ¡Cuántas veces he pedido tener la misma pasión por el hombre! Pero a veces sucede un pequeño milagro y son ellos los que vienen a buscarme, por el mínimo bien que han percibido en la relación conmigo.
«Querido profe, lo más probable es que no se acuerde de mí… ¿podríamos vernos?». Solo Dios permite amar, no solo a una persona, sino también los nueve años de espera de una respuesta. Solo Dios es capaz de dar una alegría tan profunda, sin pretensiones ni recriminaciones. ¡Solo en Dios es posible la gratuidad!