Una casa entre las casas

La vida en la parroquia de Ferencváros, en el centro de la capital húngara.

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Jóvenes en una fiesta de la parroquia de Ferencváros. A la izquierda, don Andrew Lee.

Desde agosto del 2021, el cardenal Péter Erdő nos confió la parroquia de San Francisco de Asís. La iglesia, una obra monumental neorománica, se encuentra en el 9º distrito de Budapest, Ferencváros («Ciudad de Francisco»), a unos cien metros del Danubio.

Para nosotros, la parroquia es una casa que nos ha acogido, ofreciéndonos afecto, amistad y una gran ayuda en nuestra tarea misionera. Una casa entre las casas, donde las personas encuentran descanso, consuelo, la amistad con Dios y con los hombres. Una casa donde queremos llevar a las personas que vamos conociendo del barrio, en los colegios y universidades.

En Ferencváros hemos conocido una comunidad viva y acogedora. Personas de una fe grande, que han sufrido los difíciles decenios de la dictadura comunista, con una conciencia grande de pertenencia a la Iglesia. Incluso los que se han trasladado a las afueras de la ciudad siguen participando activamente en la vida de la parroquia.

A pesar de estar situado en el centro de la ciudad, el barrio es muy silencioso. Oímos mañana y tarde las voces de cientos de niños y jóvenes que van a dos colegios cercanos a la parroquia. A nuestros grupos de catequesis vienen cincuenta niños de estos colegios. Con ellos merendamos, jugamos en la gran plaza de la iglesia, cantamos y hacemos catequesis por grupos divididos por edades.

A nuestra parroquia acude gente de todas las generaciones. También viene el grupo de amigos con los que vemos los partidos del Ferencváros o de la selección húngara. Hace treinta años el párroco de entonces juntó a los hombres de la parroquia y les sugirió vivir una amistad más cercana, acompañándolos en sus primeros pasos. Desde entonces, han ido sucediéndose diferentes párrocos y vicarios. El grupo ha continuado y la amistad ha crecido.

Nosotros somos los primeros que vivimos la comunión que proponemos

Entre nuestras jóvenes familias, hay una donde el marido y la mujer hace años, cuando eran niños, ayudaban juntos a colocar el altar. Aún conservamos las antiguas fotos donde aparecen vestidos de monaguillos. Esta pareja sigue en la parroquia, aquí celebró su matrimonio y bautizó a su primer hijo. Ahora nos ayudan con la liturgia, las actividades culturales y la catequesis de los niños.

Los jóvenes de bachillerato y universitarios están con los más pequeños. La catequesis se vuelve ocasión de conocer a las familias, ir a sus casas e invitarles a la parroquia.

Todo ello es signo de la postura que tenemos con las personas a las que Dios nos confía. La parroquia existía antes de nosotros y seguirá existiendo (si lo hacemos bien). Nosotros recibimos a estas personas como don durante un tiempo que solo Dios conoce, para acompañarlas hacia Él. A nosotros se nos pide empaparnos de todo lo que nos ha precedido y comunicar la novedad que tenemos: la fe vivida de un modo integral, según las dimensiones que don Giussani nos ha enseñado: cultura, caridad y misión. Un trabajo que realizamos mediante la escuela de comunidad, las visitas guiadas a la iglesia −ocasión de dar catequesis también a gente alejada de la fe− y el cuidado de las familias pobres del barrio. Es una obra donde cada uno contribuye como puede. Hay quien da dinero, quien trae comida, quien prepara cajas de alimentos. Los voluntarios que visitan a las familias hacen entrega de la ayuda material y ofrecen a los enfermos la posibilidad de que vaya un sacerdote a darles la confesión y la comunión. La colaboración, el afecto y la estima entre nosotros, los sacerdotes, es una gracia potente que atrae a las personas que nos encuentran. Ven que somos los primeros que vivimos la comunión que proponemos. Ven que la amistad cristiana es una experiencia posible, sin fronteras. Con ellos y por ellos, tres italianos y un canadiese-surcoreano viven juntos en Hungría.

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