¿En qué idioma habla el corazón?

Ni siquiera la dificultad del idioma puede impedir comunicar lo que nos es más querido. Testimonio desde la capital de Hungría.

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Hogera, durante las vacaciones de verano con los niños de la parroquia Szent Ferenc de Budapest.

Durante mi último año de seminario y el siguiente como diácono, estuve en Eastleigh, nuestra misión inglesa. El año pasado, poco antes de mi ordenación sacerdotal, la Fraternidad me pidió disponibilidad para ir a un nuevo destino europeo, Hungría. Así, tras la ceremonia de la ordenación con otros once hermanos y unas breves vacaciones con mi familia, en agosto llegué a Budapest.

Durante el viaje, pensé: «Tendré que ponerme a estudiar una de las lenguas más difíciles del mundo. Así que los primeros dos años viviré como un monje: ¡estudio y oración!». El primer domingo que pasé allí, Carlo, el responsable de nuestra casa de Budapest, que lleva aquí más de diez años, me presentó a algunas familias jóvenes de la parroquia. Marci, un padre joven, me saludó en un perfecto inglés. Empezamos a hablar y él me dijo que en realidad ahora muchos jóvenes húngaros aprenden más inglés que alemán. Pero al final de nuestra breve conversación me dijo: «Pero si quieres llegar al corazón de los húngaros, tendrás que aprender nuestro idioma». Esta frase me ha acompañado durante el último año. ¿Qué quiere decir llegar al corazón de la gente? ¿Qué quiere decir ser enviado como misionero? ¿Es posible ser misionero desde el principio, cuando aún estás aprendiendo el idioma?

He sido enviado para compartir con ellos la mirada de Jesús

Desde septiembre, además de ir a clases de húngaro, empecé a acompañar a Michele (nuestro párroco) a la catequesis de niños. Cada miércoles por la tarde estamos con ellos, merendamos, cantamos, jugamos y escuchan una breve charla o hacemos una actividad que tenga que ver con el tema de la semana. Yo sonrío mucho, intento escuchar y estar con los niños, que, obviamente, no conocen otro idioma que el húngaro.

Un día, cuando aún era invierno, nos sentamos en un círculo para cantar juntos. Un niño repartió las hojas de cantos y a mí no me dio una. Me volví a la niña que se sentaba al lado para preguntarle si podíamos compartir la hoja, pero me di cuenta de que después de tres meses no sabía decir una simple frase de supervivencia: «¿podemos ver la hoja juntos?».

A la mañana siguiente, durante la hora diaria de silencio, reflexioné sobre los meses que llevaba aquí en Budapest y me pregunté qué había hecho. La conciencia de que, en realidad, la misión no empieza cuando sea capaz de expresarme y de hablar como un húngaro, me ayudó mucho. He sido enviado para estar con la gente, con estos niños, semana tras semana, para compartir con ellos la mirada con la que Jesús mira a cada persona dentro de su gran designio que ha preparado para todos. Estoy aquí para caminar con ellos y descubrir que la vida con Cristo es preciosa.

Desde entonces, dejé de vivir con el peso de lo que no consigo hacer. Es más, empecé a darme cuenta de que a los niños les importaba que yo estuviera ahí e incluso trataban de enseñarme alguna palabra en húngaro. Entre nosotros iba creciendo un afecto recíproco. A pesar de que ellos hablaban y yo no les entendía, sabían que yo volvía cada miércoles. Además, empecé a darme cuenta con agradecimiento de que también estaba Michele, que además de guiar la catequesis, estaba dispuesto a ayudarme y traducía todo solo para mí. Al cabo de otros seis meses, a finales de junio fuimos de campamento con los niños de catequesis. Fuimos seis días de convivencia en un bosque donde comíamos y jugábamos juntos. Estuvimos dos noches en torno a la hoguera. Ya entendía más a los niños cuando hablaban y empezaba a expresarme a su nivel. A pesar de que mi capacidad lingüística ha ido mejorando día a día, siempre tengo en el corazón lo que he aprendido. Tocar el corazón de la gente, ser misionero, no sucede en primer lugar hablando, sino a través de la conciencia de ser enviado a llevar la mirada de Cristo. Esta mirada se puede comunicar a la gente a la que hemos sido enviados desde el principio, estando presentes de manera sencilla y fiel.

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