Chicos, os presento a San Agustín

1600 años después y con un océano entre medias, la vida de San Agustín sigue
llegando al corazón de los jóvenes. Una historia desde la capital de Massachusetts.

Benetti
Fachada del Bishop Fenwick Highschool.

A principios del curso pasado, el jefe de estudios me pidió dar clase en un nuevo curso
para seniors, para alumnos del último año de bachillerato. Acepté el desafío y dije que
sí, sobre todo porque en el segundo semestre el programa incluía la lectura de las
Confesiones de san Agustín. Y es que leer las Confesiones con estudiantes que
buscan la verdad es apasionante. A medida que iba leyendo, me daba cuenta de que
el Espíritu me usaba para dar a conocer a Agustín y abrir el corazón de mis alumnos.
Comparto tres ejemplos.

El primero tiene que ver con la infancia de Agustín, que vuelve a casa después de
haber recibido una paliza y el acoso de sus compañeros. Sus padres no se dan cuenta
de nada. Es más, minimizan la herida que hay en su alma. Esta desatención provoca
en él un dolor más grande que el de la misma violencia. Así viven muchos chicos hoy,
heridos y abandonados. En mis alumnos leía precisamente este dolor de sentir el alma
abandonada en sus heridas. ¡Qué pena vivir sin la posibilidad de ser curados de
verdad!

En el segundo ejemplo Agustín habla de la influencia negativa de algunas amistades,
donde el grupo encuentra alegría en el sufrimiento ajeno; amistades que le
provocaban a «avergonzarse de tener vergüenza». Cuando leí esta frase en clase,
percibí el silencio profundo del que se siente descubierto en su conciencia. Es como si
alguien hubiese dicho en voz alta lo que todos pensaban, pero que no se atrevían a
decir. Desde ese momento, algunos de mis alumnos encontraron el modo de hacer
sus propias confesiones, admitiendo que determinados grupos −donde la amistad
consiste en una combinación de sexo, alcohol u otras cosas− tienen la fuerza de
hacerles aceptar lo que saben que está mal. Esta es la gran tragedia de algunas
amistades basadas en deseos desordenados: nos llevan a amar lo que nos hace daño
y nos lleva a avergonzarnos de lo que es bello y verdadero.

Solo Dios puede eliminar la distancia del tiempo y del espacio para que suceda algo verdaderamente grande.

No podía faltar en último lugar la batalla que Agustín libra contra la lujuria. Mientras
este mundo piensa que lo sabe todo acerca del sexo, de lo necesario que es vivir una
vida «sexual libre», ninguno sabe cómo librarse de los demonios despertados por
estas pasiones y que nos esclavizan. Como uno de ellos me escribía: «Yo también,
como Agustín, pensaba que las cadenas de la lujuria, que me atan a mis impulsos
sexuales, nunca podrían desatarse».

Pero un día, el Señor me sorprendió más allá de toda imaginación. Al final de una
clase, una chica me preguntó si podíamos hablar. McKenna es una chica viva, atenta,
pero también muy tímida. Me dijo si podía firmar unas fotocopias para el colegio. Pero
cuando lo hice, de repente se echó a llorar. Y solo al final de un largo rato de lágrimas

y silencio, encontró las fuerzas para decirme estas palabras: «Father, quería decirte
que I love God so much. Nunca había encontrado las fuerzas para pedírtelo, pero el
año pasado lo hablé con mis padres. ¿Podrías bautizarme? Yo tampoco me siento
llena sin Dios, pero, igual que a Agustín, me daba miedo decírselo a mis amigos por
vergüenza».

El año pasado terminé con la lectura del bautismo de Agustín ¡y la celebración del de
McKenna! Celebramos en el colegio su bautismo, confirmación y primera comunión,
junto con algunos alumnos y su familia. Desde ese día, no he dejado de agradecer lo
que pude ver. Solo Dios puede eliminar la distancia del tiempo y del espacio para que
suceda algo verdaderamente grande en el corazón de una joven. Solo la Verdad nos
puede poseer de esta manera. Desde entonces, a menudo pienso en lo que dice
Agustín cuando habla de su encuentro con Ambrosio, porque es verdad para mí y para
McKenna: «Pero Vos erais quien me conducíais y llevabais a él ignorándolo yo, para
que después, sabiéndolo, me llevase y condujese él a Vos».

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