Donde Cristo está vivo

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? La pregunta que el ángel dirigió a las mujeres en la mañana de Pascua es la misma se nos hace a nosotros hoy.

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Noche de cantos y fiesta en la parroquia San Juan Bautista (Fuenlabrada, España).

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? En la mañana de Pascua el ángel dirigió estas palabras a las mujeres que lloraban desesperadas ante el sepulcro vacío. Se levantaron pronto y fueron a buscar a Jesús. Reflejan lo que somos nosotros, lo que es cada hombre y cada mujer por naturaleza: buscadores. No es relevante el trabajo, la historia de cada uno. La vocación es la misma para todos, «buscar», buscar a Dios.

Nosotros, como las mujeres, nos levantamos por la mañana y medio dormidos nos vestimos, desayunamos y salimos a desempeñar nuestra tarea, nuestro propio trabajo. Cada uno se mueve sin ser del todo consciente por el mismo deseo de aquellas mujeres que fueron aquella mañana al sepulcro. Buscamos a Dios en las cosas de la vida, pero con frecuencia lo buscamos en el lugar equivocado, entre los muertos, no entre los vivos.

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Me vienen a la cabeza los buscadores de oro, como los de Estados Unidos de finales del siglo XIX, inmortalizados por Charlie Chaplin en La quimera del oro, o los que aparecen al inicio del documental La sal de la tierra dirigido por Wim Wenders, donde se retrata la vida en una mina de oro en el Brasil actual. Millones de hombres entre los que no se distinguen rostros ni etnias, que parecen autómatas en una enorme mina bajo el sol. En silencio, uno, encima del otro, buscan. Buscan oro. Buscan la felicidad. Buscan a Dios entre los muertos. Así son muchos de nuestros hermanos los hombres, que pasan la vida buscando el oro en lugares equivocados.

Nosotros también podemos buscar a Dios entre los muertos. También lo podemos reducir a la imagen que nos hacemos de lo que nos puede satisfacer: el trabajo, el dinero, la atención de la gente, etc.

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Esta definición de Jesús es preciosa. Su característica principal es que está vivo. Don Giussani a menudo citaba a san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre que vive», y Cristo es aquel que está vivo por excelencia. Esta es la respuesta a nuestro mundo, que ha necesitado matar a Dios y hacerse dios para que un hombre nuevo emergiera.

El hombre ha necesitado matar a Dios para reconstruirse a sí mismo con sus propias manos y con su propia imaginación. Pero el hombre que ha surgido de ahí ya no tiene identidad, porque no conoce su propio origen, no sabe a quién pertenece. El resultado es el de una humanidad inmersa en un mundo cada vez más falso, en una existencia a la que la muerte le atrae cada vez más, invocada como derecho universal. Si Dios está muerto, la muerte triunfa.

La Iglesia, nuestra comunión, es el lugar donde hay que buscar a Cristo. Es ahí donde Cristo está vivo.

Entonces, ¿dónde se puede buscar a Dios? Demos un paso atrás, antes de la mañana de Pascua, y volvamos a las tres de la tarde del viernes, cuando Jesús, en los últimos momentos de su agonía, recitó el salmo 21: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Después, inclinando la cabeza, murió. Nosotros no sabemos si lo recitó entero o si solo pronunció estos dramáticos versos. En cualquier caso, conocía a la perfección el salmo. El texto es realmente extenso y comienza con una descripción detallada de lo que padeció, es decir, de lo que fue su pasión. La segunda parte del salmo expresa la victoria de Dios, que rescata a su siervo y a su pueblo. Entonces, el registro cambia y se llena de esperanza y certeza: Alabarán al Señor los que lo buscan. Los hombres, en su búsqueda desesperada de Dios, encontrarán la respuesta. Y sigue: Me hará vivir para él. Jesús, en la cruz, justo antes de morir, afirmó que su destino era vivir. Aquel que muere es el hombre vivo.

El salmo continúa indicando dónde buscar a Dios: Contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: «Todo lo que hizo el Señor». En la cruz, al rezar este salmo, Jesús afirma ante toda la historia cuál es la obra del Señor. La obra de Dios es su pueblo.

Cristo tuvo ante sus ojos, bajo la cruz, el inicio del pueblo: María, Juan, las mujeres. Este fue el inicio de la Iglesia que nació de los sacramentos, del bautismo y la eucaristía, que manaron de su costado. La Iglesia, nuestra comunión, es el lugar donde hay que buscar a Cristo. Es ahí donde Cristo está vivo. Su presencia es particularmente luminosa en quien vuelve a experimentar en su propia carne su existencia, su sacrificio; en todos aquellos que han aceptado libremente la modalidad en que se les pide dar la vida; sobre todo, en los mártires, en los enfermos, en quien vive en la prueba; pero también en cada uno de nosotros, si vivimos cada instante de nuestra vida como ofrecimiento a Dios y a los hombres, si vivimos nuestra vida, hasta la más sencilla y ordinaria, como vocación. Es necesario buscarlo hoy en esta comunión, pues no es un Dios de muertos, sino de vivos.

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