Una amistad potente

Una vez al mes una cena entre madres se convierte en la ocasión de acompañarse en la fe y en la vida. Testimonio desde la Magliana.

Madonna Di Pompei
El santuario de la Madonna di Pompei, situado en el barrio romano de la Magliana, está bajo la responsabilidad de las Misioneras de San Carlos Borromeo.

Desde hace un año cenamos una vez al mes con un grupo de madres de la parroquia en nuestra casa de la Magliana. Nuestra idea es ofrecerles un lugar donde ayudarse y profundizar en la amistad que está naciendo, un espacio donde compartir las preguntas que surgen en el día a día y ayudarse a vivir concretamente la fe. Estamos convencidas de que una verdadera amistad entre mujeres puede ser verdaderamente potente, como muchas veces refleja el Evangelio, empezando por el encuentro entre María e Isabel.

Hablamos de los temas que más les interesan, ya sea la relación con los maridos, los hijos y su educación o el trabajo. Unos días antes del encuentro, con sor Maria Anna, pensamos en preguntas que les ayuden a reflexionar sobre el tema que veremos en la cena. Las madres comparten con sencillez sus preocupaciones y experiencias, dejándose corregir por lo que otra dice. Por ejemplo, un día, una madre, al responder a otra que vivía de un modo aprensivo la relación con los hijos, le dijo: «Yo no preparo la mochila a mi hijo. Y si después no tiene la sudadera que quiere, se las apaña, ¡tiene que aprender a ser responsable con sus cosas!».

Lo más bonito es que al acabar la cena se renueve un asombro y una gratitud por los dones recibidos

Para mí, lo más bonito es que al acabar la cena se renueve un asombro y una gratitud por los dones recibidos, como expresa el Magnificat que canta María en su visita a Isabel. Esto fue lo que sucedió cuando propusimos como orden del día la lectura de las promesas matrimoniales, y Letizia contó que se había conmovido leyéndola, porque desde el día de su boda, hace muchos años, no la había vuelto a leer. O, cuando hablando de los hijos, las madres se daban cuenta del don que es vivir en una comunidad en la que pueden y quieren dar espacio a que haya otros adultos que tengan la autoridad de educarles. Así le pasó a Laura cuando iba a regañar a su hijo por seguir comiendo patatas, pero se paró al ver que, detrás de él, don Dino le hacía señas para decirle que era él quien se las había dado: «Si don Dino te ha dado permiso, ¡vale!».

Esta gratitud se traduce de manera natural en la oración, como nos decía Patrizia un día: «Me he dado cuenta de que cada vez que rezo doy gracias por la presencia de mi marido». También por este motivo es precioso terminar la cena juntas con la oración de Completas, alabando al Señor. Realmente es verdad que juntas podemos decir: Mis ojos han visto a tu Salvador (Lc  2,30).

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