La misteriosa paradoja de la esperanza cristiana

El libro de Paolo Prosperi, Misterio de los misterios: la esperanza según Péguy (publicado en castellano por Ediciones Encuentro en junio de 2024). Ofrecemos la reseña del libro publicada por el «Osservatore romano».

Cover mistero

En la introducción de Spe salvi, al comentar la carta a los Romanos −de la que se extrae el título de la encíclica−, Benedicto XVI escribe que uno de los grandes defectos de la visión pagana de la historia era sin lugar a duda su incapacidad de generar esperanza. Por ello, los paganos siempre «se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío». Para aclararnos la idea de este destino pesimista propio de la humanidad precristiana, Ratzinger cita un epitafio latino extraído del Corpus Inscriptionum Latinorum: In nihil ab nihilo quam cito recidimus («en la nada, de la nada, qué pronto recaemos»). Este epitafio, tan frío como privado de cualquier espera de fe, me venía a la mente durante estos días de luto, junto con la lectura del Misterio de los misterios: la esperanza según Péguy (Ediciones Encuentro, 2024) de Paolo Prosperi.

Gracias a la meditación de don Paolo, somos conducidos a través de los versos de Péguy sin perdernos en su imaginación desbordante, en estos temas que trata aparentemente desconectados, que se entrelazan continuamente sin unirse nunca realmente. En cambio, Prosperi logra conectarlos y alumbrar la cuestión central del tríptico: la misteriosa paradoja de la esperanza cristiana. Una esperanza que hizo enfurecer a Karl Marx, por su capacidad de influir en el deseo humano y proyectarlo hacia un futuro que está más allá del tiempo.

Como buen socialista convertido al catolicismo, Péguy está tan enamorado de la inmanencia como Marx, pero en sus versos la esperanza asume una función con un sentido opuesto: gracias a la energía alimentada continuamente por la luz de Cristo, el hombre puede saborear la belleza de su condición, de la carne y del tiempo. Puede dotar de realidad a aquello que aún no lo es, pregustarla en su corazón y admirar el presente, el aquí y ahora, la creación, como si hubiese salido de las manos del Creador en este momento. Pero el Cristo de Péguy no es el ser angelical que predicaba el clero de su tiempo, un Cristo que rechazaba su siglo y huía de la carne. «Si Cristo hubiese querido librarse del mundo, se habría quedado tranquilamente a la diestra del Padre», escribe en Verónica. «Sin embargo, vino al mundo, y, entonces (…) yo (la Historia) debo tener una cierta relevancia (…). Qué grande debo ser (…) para haber desencadenado una historia tan trágica (…) Dios se ha preocupado por mí. Esto es el cristianismo». Para Péguy esta es la razón por la que merece la pena que el hombre luche, a pesar de las desilusiones y frustraciones que sobrevengan, porque «Dios se ha preocupado por él». En el Misterio de la caridad de Juana de Arco, el escritor francés pone en boca de la doncella de Orléans una duda metafísica que también nos atenaza en ese momento: ¿por qué Dios permite que dos pueblos cristianos luchen entre sí? ¿Por qué no lo impide? ¿Por qué no los desarma? La respuesta a estas preguntas no es una cuestión de fe o caridad, sino de esperanza. Péguy está tan convencido de ello que se atreve a contradecir a Pablo en 1Cor 13,13: «la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor». En su tríptico, la más grande de las virtudes cristianas es la esperanza. En ella se encuentra la clave de bóveda de toda la teodicea. «La esperanza −escribe Péguy− es una niñita de nada. / Que vino al mundo el día de Navidad del año pasado / Que juega todavía / con el bueno de Enero. (…) / Pero esa niñita / atravesará los mundos». Péguy confía a Dios mismo la exégesis de sus versos: «La caridad no me sorprende (…). La esperanza (…) sí que me sorprende. (…) Qué esos pobres niños vean cómo pasa todo eso y crean que mañana irá mejor (…). Sí que es sorprendente y seguro la más grande maravilla de nuestra gracia». El pórtico del misterio de la segunda virtud comienza con esta afirmación: lo que me admira es la esperanza. Hans U. von Balthasar escribió mucho acerca de la cuestión teológica del «asombro de Dios», dando así una robusta base especulativa a la intuición poética de Péguy. Pero esta no es la cuestión. En el verso inicial del Pórtico, Dios hace una distinción fundamental entre «el alma que cree» y el alma «que espera». El alma que espera tiene que haber recibido una gran gracia, de otro modo no le sería posible llevar anticipadamente la eternidad sobre su espalda pequeña y frágil, mientras se topa con la desilusión de no haber sido escuchada. Le resultaría imposible «atravesar la tempestad, como una pequeña vela temblorosa, sin llegar a apagarse». Para explicarse mejor, Péguy recurre a la metáfora de los campesinos de Lorena. Estos humildes e infatigables trabajadores de la tierra saben recoger y canalizar hacia una fuente caudalosa toda el agua que cae sobre la tierra en los temporales. «Del agua que sirve para inundar, para envenenarlos (…) la desvías hacia tus maravillosos jardines». Estos versos nos recuerdan a las palabras que empleó una vez el Papa Francisco con ocasión de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios: «Y nosotros, al inicio de este año, necesitamos esperanza, como la tierra necesita la lluvia».

Publicado por el «Osservatore romano, 7 de Enero 2023, p.10

Paolo Prosperi
Mistero dei misteri
La speranza secondo Péguy

Encuentro 2024

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