La pieza que faltaba

La fe se educa a través de gestos concretos. Una historia de nuestra parroquia de Turín.

Santa Giulia
Don Dennis Bensiek, arriba a la izquierda, con algunos jóvenes de la parroquia Santa Giulia (Turín).

En Turín, en la parroquia de Santa Giulia, hasta finales del año pasado, solo había un grupo de confirmación para chicos de primero y segundo de secundaria. Los de tercero se unían al grupo de los mayores. Sin embargo, con el paso del tiempo hemos ido viendo que la diferencia entre los chicos de tercero y los de cuarto y bachillerato era demasiado grande. Por esa razón decidimos hacer antes la Confirmación y hacer un segundo grupo. Desde septiembre del año pasado hacemos un grupo de preparación para la Confirmación, que va desde los niños de quinto de primaria a primero de secundaria y un grupo de posconfirmación, para los de segundo y tercero de secundaria.

La propuesta que hacemos a los mayores evoluciona constantemente, ya que nace sobre todo de la relación directa con ellos. Además de jugar y estudiar con ellos, les hemos propuesto momentos de conversación, que incluye cantar algo juntos, una pequeña charla para profundizar en algún tema que haya salido en el diálogo con ellos y un momento de silencio en el que les invitamos a meditar algunas preguntas ligadas a la vida cotidiana. Terminamos con una conversación en pequeños grupos. Sin embargo, desde las primeras semanas nos dimos cuenta de que, de alguna manera, faltaba algo en nuestro estar juntos.

«La parroquia se está convirtiendo en mi casa, porque he construido parte de ella»

Por eso, unos meses más tarde, hablando entre nosotros, los de la casa, y también a raíz del diálogo con los chicos, nació la idea de hacer un momento de oratorio «abierto». Más que una propuesta concreta, la idea era ofrecerles nuestra compañía, de sacerdotes y educadores, simplemente acogiéndolos, jugando con ellos al baloncesto, al futbolín o inventándonos algún juego de mesa. Algunos chicos me dijeron: «Don Dennis, ¡necesitamos una sala de juegos!». Dicho lo cual, elegimos una sala de la parroquia y empezamos a transformarla. Montamos un armario para guardar ahí los juegos de mesa, un futbolín y una mesa de air hockey. Pintamos la sala de blanco y limpiamos a fondo el suelo y las paredes. Cuando terminamos, orgullosos de nuestro trabajo, estábamos felices de haber contribuido a construir un lugar donde todos –niños, jóvenes y adultos– podían divertirse. 

Unos días más tarde nos reunimos de nuevo con los chicos. El tema de conversación era la experiencia del trabajo de las semanas anteriores. Una chica dijo: «La parroquia de Santa Giulia se está convirtiendo en mi casa, porque he construido parte de ella». Un amigo suyo añadió: «Ha costado y a veces no tenía ganas de trabajar, pero es la primera vez en mi vida que me he sentido útil de verdad». Otro hablaba de una nueva amistad que había surgido: «Pietro y yo nunca nos habíamos caído bien, pero montando juntos el armario de los juegos nos hicimos amigos». Esta es la pieza del puzle que faltaba en el grupo de los mayores. Un trabajo práctico en el que los chicos pudieran descubrir sus dones y construir juntos un pequeño trozo del reino de los cielos. Haciendo una actividad significativa y para ellos importante, se sentían valorados y tratados como adultos, colaboraron en la construcción de la parroquia y se hicieron más amigos entre ellos. A día de hoy, junto a la propuesta litúrgica y de vida en común, y el trabajo, que les ayuda a tomarse en serio el deseo de ser útiles para el mundo, la relación con los amigos y la amistad con Dios se ha convertido en la tercera columna vertebral de nuestra propuesta a estos chicos.

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