Inútil, por tanto, esencial

Fin de semana en Xalapa (México) para volver a descubrir la gratuidad de la amistad.

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Tommaso Badiani en un encuentro con algunos jóvenes de la comunidad de México de Comunión y Liberación.

Hace un tiempo, pasé un fin de semana en Xalapa con Stefano y algunos jóvenes trabajadores, que ya no son tan jóvenes.

Estuvimos en la casa de uno de ellos, Santiago. Cuando llegamos a Xalapa, el viernes por la noche, empezamos a encender el horno de leña para hacer una pizza, pero los troncos estaban húmedos. En cuanto supe que los vecinos también eran sacerdotes, fui a llamar a su puerta para ver si nos podían dejar algo de leña seca. Me abrió un anciano sacerdote irlandés. Le dije que yo también era cura y él me invitó a charlar un rato. Le dije que estábamos ahí pasando el fin de semana. Él me preguntó: «Ah, ¿de qué tipo de apostolado se trata?». «De ningún tipo. Solo somos un grupo de amigos que pasamos un fin de semana juntos». Me miró perplejo, como si no entendiera.

Pero de esto se trataba exactamente. Hace seis meses Stefano y yo nos contamos el deseo común de tener un grupo de amigos en esta gran ciudad de 20 millones de habitantes, un lugar que no fuese una «iniciativa» misionera más entre catequesis, bachilleres, universitarios, ministerio de los enfermos, etc. Cosas sagradas, faltaría más, pero en las que en el fondo corres el riesgo de ser siempre y solo «el padre», también por el clericalismo difundido que se da en este país. Era el deseo que teníamos desde hace tiempo de poder compartir con otros la vida que llevamos en nuestra casa, un lugar donde ser simplemente Tommaso y Stefano. Así, una vez al mes empezamos a cenar con algunos jóvenes, gente de la comunidad de Comunión y Liberación o de la parroquia. A veces quedamos en nuestra casa y en otras ocasiones, en las suyas. Hemos dejado que las cenas sean libres, sin un tema preestablecido, secundando lo que salga: preguntas sobre la fe, la Iglesia, la vocación, el trabajo, las elecciones políticas.

Este pequeño grupo no es «para» algo, solo quiere existir.

Hace dos meses decidimos organizar un fin de semana en Xalapa. Fuimos a la casa de Santiago y allí rezamos juntos, cocinamos, visitamos la ciudad, hicimos el descenso por los rápidos de Jacomulco, y una noche organizamos un encuentro sobre el tema del trabajo. Fueron tres días, podríamos decir, de vida cristiana ordinaria.

En la pregunta del anciano sacerdote irlandés había otra implícita: «¿Para qué sirven estos tres días en Xalapa?». Respondo con la simpática provocación con la que Giacomo Biffi comenzó los ejercicios espirituales predicados a Juan Pablo II: «¿Para qué sirven los ejercicios espirituales? Podríamos decir, de forma un tanto provocadora, pero con cierta verdad, que no sirven para nada. Lo que quiero decir es que la pregunta: “¿Para qué sirve?” es legítima y acertada para todo lo que tiene carácter de medio, pero carece completamente de sentido para lo que tiene carácter de fin. Lo que tiene carácter de fin no sirve, es».

Del mismo modo, este pequeño grupo no es «para» algo, solo quiere ser un punto de verdad, de comunión, de vida sencilla cristiana, un lugar de pura gratuidad y por tanto absolutamente esencial. Me gusta recordar estos tres días en Xalapa, acordarme de cómo contemplábamos el cielo estrellado, el tiempo dedicado a dibujar un animal, el gusto de saborear una buena pizza con mozzarella de búfala. Son cosas que no sirven para nada, son totalmente gratuitas y por ello absolutamente necesarias, especialmente en un mundo que tiende a funcionalizar cada aspecto de la vida y a medir el valor de las cosas, del tiempo y de las relaciones a partir de su utilidad y de la obtención de objetivos posteriores.

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