Aquí, en Viena, el miércoles es un día como tantos otros, pero en nuestra parroquia se trata de un día especial. Desde hace unos años abrimos la casa a los mendigos y gente necesitada del barrio; a menudo son personas enfermas. Por eso a la comida de los miércoles suele venir gente de todo el mundo, especialmente eslavos.
Este momento se ha convertido para mí en el centro de la semana. Lo espero y les espero. Hemos dado un nombre a esta comida: Königstisch, es decir, «la mesa del Rey», porque cada miércoles viene a visitarnos Jesús, el Rey, en los diferentes rostros que acuden a la mesa. Y, cada vez, los sacerdotes estamos invitados a sentarnos a Su mesa. Por eso intentamos cuidar cada detalle: la mesa limpia, flores encima, pan fresco y sobre todo buena comida.
Entre muchos de los encuentros que hemos tenido en la mesa del Rey, está el encuentro con Daniel, un chico de treinta años que padece una enfermedad genética que le devora las piernas y le hace sufrir. Viene siempre con su novia, Eva. El pasado miércoles vino en silla de ruedas. Le pregunté qué le había pasado y él me respondió con tristeza que el dolor de piernas ya le impedía caminar. Me enseñó las heridas y aunque no soy médico, entendí que la cosa era grave.
Normalmente, él nos ayudaba a preparar la mesa. Como ese día ya no podía, se puso a mi lado mientras yo preparaba con Eva la comida. En un momento, me giré y vi que estaba llorando en silencio. Le pregunté: «Daniel, ¿qué te pasa?». Eva fue con él, lo abrazó y le besó. En eslovaco le dijo que no se preocupara.
«Daniel», le pregunté: «¿qué te inquieta?». «Tengo miedo de la operación. Tengo miedo de morir. Este año ya me han hecho doce operaciones. Con esta serían trece. Ningún médico consigue curarme. Además, no tengo dinero… ¡tengo miedo!».
Cada miércoles, Él se hace presente en estos rostros y come con nosotros.
«Doce operaciones, «muchos médicos», «ninguno consigue curarme». Los detalles de su historia me recordaron un pasaje del Evangelio, el encuentro de Jesús con la hemorroísa. Muchas veces podemos pensar que el Evangelio es algo del pasado. Por el contrario, es una vida que sucede hoy.
Entonces, lo miré y le dije: «Daniel, lo que me dices me ha recordado la historia de una persona que conozco, ¿te la puedo contar?». «¡Claro!». «Es la historia de una chica que desde los doce años sufría hemorragias. ¡Doce años, Daniel! Había sufrido mucho, había ido a muchos médicos, había perdido todo su dinero sin éxito. De hecho, cada vez estaba peor. Pero un día escuchó que había un médico, un amigo mío, que curaba a la gente. Así que decidió ir a verle. Pero −Daniel−, ese día había muchísima gente. Esta chica pensó: “Aunque solo pueda tocarle la túnica, ¡quedaré curada!». Daniel no me quitaba los ojos de encima y Eva dejó de cocinar para escuchar la historia. «Llegó y le tocó el manto, ¡así!». Toqué la camisa de Daniel. «¡Curada!», dije con entusiasmo. «Sí, se curó después de doce años sufriendo».
No podría describir la mirada de Daniel en ese momento. No me dejó terminar la historia y con un ímpetu que casi lo hizo levantarse de la silla, me dijo: «¿Me presentas a tu amigo?». Conmovido por su pregunta, le dije: «¡Claro!». Entonces, fui a la sacristía, me puse la estola y fui corriendo a donde estaba con el aceite de la unción de enfermos. «Daniel, ahora Jesús, mi amigo, te tocará, vendrá a ti y te curará».
En la parroquia, entre el olor a comida y la gente que empezaba a llegar, celebramos el antiguo y nuevo sacramento de la unción de enfermos.
Mientras lo ungía y él se recogía para rezar, pensé: «Gracias, Señor, por haberme llamado a estar tan cerca de Ti, a adorarte en estos rostros, a servirte en estos nuevos amigos. Gracias por el don del sacerdocio».
Daniel es solo uno de los muchos rostros del Rey. Cada miércoles, Él se hace presente en estos rostros y viene a comer con nosotros. En misa, en esta nueva mesa, Dios se hace carne. Por eso es el momento que más espero.