La vocación es en el presente

El 21 de junio tres jóvenes fueron ordenados sacerdotes en Roma. Publicamos la historia de cómo el Señor llamó a Tommaso, uno de ellos

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Tommaso Benzoni después de la ordenación diaconal del 22 de junio de 2024

«Si Jesús me quiere, ¿por qué no darle la vida?». Esta pregunta se me pasó por la cabeza cuando tenía diez años. La respuesta afirmativa de entonces fue la primera semilla de la que brotó mi vocación. Nunca habría imaginado que ese pequeño sí me llevaría veinte años más tarde a Nairobi, donde estoy ahora de misión.

Nací y crecí en Varese, en el seno de una familia del movimiento de Comunión y Liberación. Recibí mi fe (gracias a la cual estaba cierto de que Jesús me quería) por ósmosis.

Desde el principio acogí con serenidad ese primer signo de la vocación, pero con el paso del tiempo las cosas se fueron complicando. Durante los primeros cursos de secundaria, por ejemplo, no fue fácil vivir con esta llamada que sentía por dentro, hasta el punto de que a veces pensaba que era algo que no tenía que ver con mi felicidad. Temía que esto hiciese de mí una persona triste y sola, algo que no deseaba.

ese pequeño sí me llevó veinte años más tarde a Nairobi

Esta idea saltó por los aires en tercero de secundaria, cuando por casualidad me encontré en el Meeting de Rímini en el stand de la Fraternidad San Carlos. Observé sin acercarme el rostro feliz de los sacerdotes y de los seminaristas y me preguntaba si la intuición que hervía dentro de mí podía ser un camino hacia mi cumplimiento. No conocía a ningún sacerdote de la Fraternidad, pero leyendo Fraternità e missione (revista mensual de la fraternidad, ndt), a la que mis padres estaban abonados, empezaron a apasionarme sus historias y descubrí la centralidad de la vida en comunidad de la Fraternidad. Además de empezar a intuir que la vocación sacerdotal podía ser el camino hacia mi felicidad, apareció el horizonte de que podría vivirla dentro de una compañía, como mi corazón deseaba.

Al terminar el colegio, hablé con un sacerdote de Varese, que me puso en contacto con Antonio Anastasio (Anas), un sacerdote de la Fraternidad San Carlos que llevaba poco tiempo en Milán. No había dicho nada a mis padres y ya me estaba imaginando empezando el seminario después del colegio. Pero me aconsejaron hacer la universidad, pues podía ser una ocasión de verificar esta intuición y profundizar en ella.

A pesar de haberme especializado en ciencias, me inscribí en la carrera de Diseño del Politécnico, por mi pasión por el arte. Pasé primero de carrera poco convencido de la decisión tomada, pues seguía atado a los proyectos que tenía en mente, pero en los años siguientes me fie de un consejo de Anas, que solía repetirme: «Tu vocación solo se vive en el presente, tu misión está aquí, en la universidad». Sus palabras me ayudaron a abrirme y meterme en la vida de la comunidad de los universitarios de CL, permitiendo así que florecieran grandes amistades y profundizara en mi vocación. Una vez graduado, pedí entrar en el seminario y me acogieron. Empezó otro periodo de mi vida.

No puedo no reconocer la manifestación de una gran preferencia

La historia de la llamada no culmina con la entrada en el seminario. Son años esenciales para responder con más conciencia a la llamada del Señor. De hecho, fue un periodo que puso en crisis ciertas imágenes que tenía de mí mismo, al tiempo que se me acompañó a descubrirme cada vez con más verdad. Recuerdo especialmente los dos años que pasé en nuestra misión de Bogotá, en Colombia, durante los cuales, metiendo las manos en la masa y dándome de manera radical en lo que se me pedía, pude ir hasta el fondo de mi vocación.

Quizás, en las primeras líneas se podía intuir el final, pero estoy agradecido de que, en realidad, todo haya sido diferente a como me lo había imaginado, porque es más rico y bello. Ahora que empiezo mi misión en África, tengo en la cabeza otras imágenes, pero tengo curiosidad por cómo el Señor querrá sorprenderme.

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