Las preguntas fundamentales de los jóvenes

Solo la propuesta que hace Jesús a los jóvenes mediante una educación y una vida en común, puede responder a sus preguntas más profundas.

Michele Benetti está de misión en Boston, donde da clases de física y religión. Imagen: panorama de la ciudad).

Desde que me ordené sacerdote doy clase de física y religión en secundaria y bachillerato. Hay mil razones que hacen de esta profesión un trabajo maravilloso, que se corresponde con mi vocación sacerdotal. Especialmente a través de la enseñanza en los colegios católicos tengo la posibilidad de conocer a los alumnos y sus familias como no podría hacerlo de otra manera. En América no es fácil conocerse. El ideal de la sociedad en la que vivo es crear una «burbuja» perfecta donde nunca tienes necesidad de nada más allá de las personas a las que permites entrar en ella. Debido al Covid estas dinámicas se han ido consolidando cada vez más. Sin el colegio nunca me habría encontrado con muchos de los jóvenes que he conocido en estos años. De hecho, el high school es un lugar donde personas totalmente diferentes se encuentran. Mis alumnos tienen dos preguntas fundamentales: «¿A quién pertenezco?» y «¿Quién soy?». Ninguno ha leído una sola frase de teología, incluso muchos de ellos están alejados de la fe, pero en su corazón estas preguntas les arden. La ideología gender, por ejemplo, les fascina precisamente porque responde a estas preguntas, a pesar de que luego ofrece respuestas equivocadas.

Hace poco me impresionó la conversación que tuve con una exalumna, Keira, que actualmente trabaja en política. Me confesó que había retomado la fe después de bachillerato gracias a algunos gestos que habíamos hecho juntos, especialmente los retiros y los días de escuela (GS). Me dijo: «Mirando hacia atrás, me da vergüenza lo materialista que era, hasta el punto de que llegar al colegio con un Toyota Corolla era un calvario. Me sentía excluida del grupo de los ricos». Keira había llegado a estar en crisis con su familia porque no le ofrecían la posibilidad de tener un coche a la altura del estatus al que a ella le habría gustado aspirar. Su identidad estaba encerrada en las cosas que poseía.

Me doy cuenta de que el Señor me ha mandado a estos jóvenes para testimoniar que Cristo es el único capaz de revelarles su propia identidad, el único que realmente los conoce. Yo, desde fuera, puedo entender algo de lo que se agita en sus corazones, pero Cristo los comprende y los ama profundamente.

Me encanta dar clase, pero entiendo que la respuesta a lo que desean los jóvenes sucede si se comparte la vida.

Me asombra el hecho de que una palabra de Cristo, cuando entra en la vida de estos jóvenes −quizá mediante un gesto que hacemos juntos o una anécdota que se cuenta en una cena−, pueda ser una semilla que se deposita en su corazón y que en el tiempo los cambie.

Un aspecto esencial de mi propuesta es vivir Gioventù Studentesca con ellos. No se puede testimoniar a Cristo simplemente con palabras o ganando ciertas discusiones, porque además en América los debates sobre ciertos temas están prohibidos. La respuesta que da Cristo se entiende si se ve en acto en una compañía presente. Viviendo una pertenencia más gratuita y arrasadora de la que ofrece el mundo, se puede empezar a tomar en serio lo que Cristo propone. Me encanta dar clase, pero entiendo que la respuesta a lo que desean los jóvenes sucede si se comparte la vida.

Por ejemplo, con los jóvenes de GS hacemos una caritativa con los mendigos de Boston (Christ in the City), la de father Michael, un sacerdote de mi diócesis con el que ha nacido una profunda amistad. Tratamos de conocer a estas personas que viven en la calle, las llamamos por su nombre, escuchamos sus historias. La primera vez que estuvimos, James, un joven con una historia complicada y dolorosa, conoció a un mendigo llamado Larry. Desde ese día, James busca a Larry cada vez que va a la caritativa. Así, James ha empezado a entender que su vida es amada de un modo profundo, único y personal, precisamente porque él experimenta en primer lugar la posibilidad de amar de esta manera. Me sorprende el método de Cristo, que pide a los jóvenes que amen a un desconocido para enseñarles que están hechos por un misterio infinito y están envueltos en un gran amor.

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