Bajo el árbol de mango

Hace unos meses, la parroquia de St. Joseph en Nairobi cumplió 25 años. Testimonio de nuestra misión en Kenia.

Zuliani Ok
Procesión del Corpus Domini por las calles del barrio de Kahawa Sukari, en Nairobi.

El árbol de mango tiene un exuberante follaje y sirve de refugio cuando hay temporales o cuando los niños tienen que acudir a clase y faltan aulas de ladrillo. En Kenia, sus frutos colorados, suspendidos entre el cielo y la tierra son un símbolo de que ha llegado la buena estación.

Nuestra iglesia nació bajo un árbol de mango. Algunos católicos querían tener un sitio donde rezar, leer la palabra de Dios y compartir la experiencia de la fe. No esperaron a que otros preparasen otro lugar para ellos. Empezaron a encontrarse allí y de ese gesto dependió todo lo que sucedió después. Hay alguna foto de entonces, muestra de su perseverancia. Nadie se atreve a despreciar este humilde inicio.

Al cabo de unos años, considerando el aumento de los cristianos, el cardenal de Nairobi (ahora Siervo de Dios, Maurice Otunga) concedió el permiso para crear una parroquia para ellos. Por entonces, Don Alfonso llegó desde Uganda; don Roberto y don Valerio ya estaban en Nairobi. Fueron los pioneros de la Fraternidad San Carlos en África. Era el año 1998.

El 17 de septiembre de 2023, bajo un cielo despejado y en el interior de un templo con un aforo de 500 personas, nuestra parroquia celebró sus primeros 25 años de existencia. Celebramos este evento bajo el lema 25 years of grace, 25 años de gracia. Así describíamos nuestro agradecimiento a Dios por nuestra pequeña y gran historia africana. Fueron nuestras bodas de plata, un momento de fiesta y alegría para dar gracias por los dones que el Señor nos ha hecho.

El día fue pensado para mostrar el rostro de la parroquia en todas sus facetas y hacer memoria del pasado. La iglesia estaba llena de colores, según los uniformes y vestidos de las personas que han ido formando parte de esta historia: los niños, los jóvenes, las mujeres y hombres católicos, los discapacitados y enfermos de SIDA, los alumnos de los colegios y las monjas. Los fundadores en la primera fila. Algunos se les veía más viejos respecto a las fotos del árbol de mango, otros ya no estaban entre nosotros. En definitiva, una presencia segura y cierta, símbolo y testimonio de la fuerza de la fe en este continente. El modo con el que los ancianos africanos se comunican no es a través de las palabras, sino mediante la dignidad de sus movimientos, aunque sean reducidos, y la profundidad de sus miradas. El banco de los fundadores estaba sencillamente presente, tal y como había estado al inicio. Del mismo modo, el banco de los curas, seminaristas y misioneras de la Fraternidad que han acompañado y contribuido en esta misión: sencillamente presentes, para servir al pueblo de Dios.

Vivir en esta misión es como sentirse siempre suspendido entre el cielo y la tierra

Durante la misa presidida por el obispo de Nairobi este pueblo variopinto cantó, rezó y bailó ante el Señor. Estaban todos los coros de la parroquia y −creedme− 250 coristas africanos tienen una fuerza y una potencia indiscutibles. Al terminar la celebración, hubo discursos (aquí no pueden faltar) y espectáculos cuya nota de fondo era el agradecimiento a Dios, a los sacerdotes, cristianos, fundadores, a don Daniele que aceptó la invitación de ir de misión a Kahawa Sukari… Y, especialmente, a don Alfonso, que ese día cumplía sus 50 años en África.

En las palabras y gestos de las personas resonaba un afecto sincero por este sacerdote que, desde la sabana ugandesa a la caótica Nairobi, se ha entregado siempre a los hombres y a Dios. Para terminar el día (la misa se había alargado desde las 10:30 de la mañana) se entregaron regalos; entre ellos, una cabra viva para el obispo. Hubo tarta, o más bien, tartas para saciar el hambre de las 2000 personas que participamos en la misa. Volviendo al árbol de mango, estos 25 años nos han traído muchos frutos, tanto en obras como en personas cambiadas por el encuentro con el Señor. Vivir en esta misión siempre implica la sensación de sentirse suspendido entre el cielo y la tierra. Como el mango: en medio de los hombres, compartiendo la existencia, pero enraizados en Dios, que lleva a plenitud lo que ha iniciado.

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