Al contrario de lo que podría pensarse, la misión en Estados Unidos no es algo fácil. Es una tierra atravesada por profundas tensiones que parecen imposibles de sanar. Por una parte, es un país fascinante, caracterizado por una gran vitalidad y unas energías sorprendentes para llegar a realizarse. La iniciativa personal encuentra en la sociedad americana un terreno fértil donde expresar toda su potencialidad. Una nación que no se cansa nunca de volver a empezar, que no se conforma con los resultados obtenidos, sino que busca continuamente nuevos caminos para mejorar el contexto social y económico.
Por otra parte, junto a los innegables resultados que favorecen al individuo, es necesario reconocer los frutos amargos de la llamada «modernidad»: el individualismo marcado que ve el éxito profesional como finalidad última de la vida en sociedad, la soledad difundida en una nación cuya idea de la libertad sin límites deja abandonados a los hombres a sí mismos. La masacre que hubo en Uvalde, en Texas, nos recuerda un malestar que se oculta tras el bienestar aparente del self-made man, la tensión entre individuo y sociedad que sufre esta tierra a todos los niveles. No obstante, existe una corriente más profunda que transcurre en medio de esta tensión. Se trata de la iniciativa divina, la única capaz de generar armonía ahí donde las tensiones son aparentemente insuperables.
La obra viva de Dios no pierde mucho tiempo con los frutos amargos del mundo, sino que sigue suscitando semillas de vida nueva.
Las vacaciones del CLU han sido la ocasión de ver esta fuerza que actúa en la historia del hombre en el corazón de este país. Guiados por don Pietro Rossotti y Emanuele Colombo, en Denver (Colorado) se reunieron en torno a cien jóvenes procedentes de todas partes de los Estados Unidos, desde Canadá y Puerto Rico. Algunos de ellos son hijos de familias del movimiento, otros lo han conocido a través de sus compañeros y profesores. Todos iban con el deseo de conocer y dejarse empapar de la experiencia de Cristo que les ha aferrado. Excursiones, juegos, cantos y testimonios. Se dedicó una tarde a descubrir cómo el tiempo dedicado al estudio no es ajeno a la vida de la fe. En una tierra donde las personas se trasladan con frecuencia en busca de mejores ofertas de estudio y trabajo, Holly Peterson, una Memor Domini, testimonió que la vocación es el criterio último para tomar toda decisión. En los años ochenta, durante un viaje a Italia, Holly había conocido una comunidad del movimiento y a don Giussani. Sin trabajo y sin saber una sola palabra de italiano decidió asentarse en Imola para no perder la nueva compañía de amigos. En la síntesis final, don Pietro recordó que el cristianismo siempre es un hecho de pueblo. Esta experiencia es portadora de novedad en una sociedad en la que la vida del individuo y la relación entre los hombres se encuentran fragmentados en ámbitos que no se tocan entre ellos (la familia, el trabajo y el tiempo libre).
Se dedicó una noche a comentar el libro de R.H. Benson, Señor del mundo. En la mesa se encontraban un profesor y dos estudiantes. Tras una breve introducción, comenzó un diálogo entre los tres presentadores y el público, compuesto de estudiantes universitarios, sacerdotes, Memores Domini y padres de familia. Poder ver vidas tan diferentes y aparentemente tan alejadas entre sí, unidas de manera armónica, que compartían el deseo de conocer a Cristo es una pequeña y gran novedad. Pequeña en sus dimensiones, grande en su significado. Es la novedad de un pueblo cuyos miembros contribuyen a la construcción del mismo cuerpo. Es la novedad de la obra viva de Dios, que no pierde mucho tiempo −como lamentablemente sí hacemos nosotros− con los frutos amargos del mundo, sino que sigue suscitando semillas de vida nueva cuya luz atrae a hombres de cualquier edad, origen y cultura. También en estos tiempos modernos, Dios, que no es un ser solitario, sino Uno y Trino, continúa reuniendo a su pueblo mediante la sed que tienen los hombres de Él, dentro y más allá de las circunstancias históricas.