Todo esto es el fruto de un abrazo

El pasado 20 de diciembre falleció el padre Aldo Tento, después de 36 años siendo misionero en Paraguay. Para recordarle, publicamos un testimonio que dio a la Fraternidad San Carlos en diciembre de 2022.

Aldo Trento 2025
Padre Aldo Trento con niños de la escuela Pa’i Alberto (Asunción, 2013).

Ya era sacerdote desde hacía años cuando me encontré con don Giussani: Estaba atravesando una crisis terrible y este encuentro cambió mi vida. Es una larga historia, pero creo que vale la pena destacar algunas cosas para entender lo que dio origen a este rincón de paraíso llamado Fundación San Rafael. Es cierto que es una fundación autónoma con respecto a la parroquia, sin embargo, es un reflejo de la dimensión caritativa que la parroquia ha vivido y vive desde el inicio de nuestra misión.

El encuentro con Giussani tuvo lugar en marzo de 1989, el día de la Anunciación. Me sentía destruido, humanamente destrozado, porque había perdido el sentido de mi vida. El origen de esta depresión se debió a una grave crisis afectiva que me había sumido en la convicción de que la vida ya no tenía sentido, de que nada tenía sentido: me había dado cuenta de que, sin un gran compañero, un gran padre, nunca podría salir del profundo pozo en el que había caído.

Así que le pedí a Giussani que me recibiera en su casa de Via Martinengo, en Milán. Me acogió con gran alegría y cuando me vio con lágrimas en los ojos, me abrazó diciendo: «¿Qué te pasa, padre Aldo?». Estallé en lágrimas y le conté todo lo que me estaba pasando. Me miró fijamente a los ojos y me dijo: «¡Qué bien, padre Aldo! ¡Por fin te harás un hombre! Sí, porque lo que estás viviendo es una gracia para ti, para el movimiento y para toda la Iglesia». No podía creerme esta respuesta. Nunca nadie me había valorado, abrazado y querido tanto.

Después, añadió: «¡Qué bonito sería que encontrases a alguien que te pudiera acompañar en este momento de fatiga!». Entonces le objeté: «Pero, don Giuss, ¿dónde puedo encontrar a alguien dispuesto a estar con un deprimido y esquizofrénico?» Él dijo: «Entonces, este verano pasarás todo el mes de agosto conmigo en Corvara, participando en todos mis encuentros». Y así, durante ese mes en Corvara, llegué a conocer a un amigo suyo, además de profesor y psiquiatra, Eugenio Borgna. Recuerdo que durante una asamblea del CLU Borgna dijo: «Todos somos un poco un poco “esquizofrénicos”». A lo que Giussani aplaudió efusivamente, y añadió: «Sí, todos tenemos algo de esquizofrenia dentro de nosotros, todos experimentamos esta división del yo cada día en todo lo que vivimos».

La clínica es preciosa, tanto como Cristo, tanto como el enfermo de SIDA.

A la pregunta de cuál era el método para salir de esta paranoia su respuesta perentoria fue: «A través de una compañía, de alguien cercano a quien uno pueda entregarse. Lo que necesitamos es un abrazo de alguien que testimonie una gran gratuidad hacia nuestra persona». Comprendí inmediata y perfectamente la profundidad de esas palabras y gracias a esto entendí lo que me estaba sucediendo en la vida. Desde el instante de aquel abrazo, Giussani comenzó a seguirme personalmente cada vez que le necesitaba. Podía llamarlo a cualquier hora del día, o incluso me invitaba a ir a verle a la sede del movimiento, en Milán.

Su ternura hacia mí se expresó en la decisión que tomó de enviarme a Paraguay. Recuerdo que, en Collevalenza le dije a Giussani: «¿Cómo puedes arriesgar un compromiso tan grande con una persona tan inestable y deprimida?». Me respondió: «Confío en ti y estoy seguro de que este desafío te hará mucho bien». Así, el 8 de septiembre de 1989 me acompañó personalmente al aeropuerto de Linate, hasta el avión que me llevó a Paraguay.

Han pasado muchos años desde entonces. En este tiempo en Paraguay he experimentado mucho dolor y sufrimiento. Pero el Señor me ha permitido tener grandes amigos como don Alberto y el padre Paolino. Después de casi diez años de estancia en Paraguay, comenzaron a florecer las obras que hoy todos podemos ver y tocar con nuestras manos, como expresión del abrazo que entonces me dio Giussani. No hay una sola de estas obras que no sea fruto de la ternura con la que Giussani me acompañó desde el principio. No puedes abrazar a nadie si antes no eres abrazado por alguien, por eso todas las obras aquí son fruto de la ternura de Dios, que llegó hasta mí a través del abrazo de don Giussani.

No existe explicación posible a todo lo que existe aquí, pero la Divina Providencia intervino utilizando a este pobre deprimido para manifestar su relación con los pobres, con los enfermos, con los ancianos, con los niños, con los que tienen hambre y vienen aquí cada semana a por comida o una bolsa de alimentos. Un signo muy bonito de esta acogida es que todos pacientes de la clínica de cuidados paliativos tienen una pequeña flor en su mesilla de noche, como signo de que el paciente es el rostro de Cristo.

Cada mañana, incluso ahora que estoy en una silla de ruedas y no puedo moverme, la enfermera de guardia me lleva a la clínica para visitar a cada paciente, para bendecirles y desearles un buen día. Y la clínica es preciosa, tanto como Cristo, tanto como el enfermo de SIDA o como el enfermo corroído por un cáncer que le devora la boca. La mayoría de ellos mueren después de haber estado con nosotros durante poco tiempo, pero nunca se le ha ocurrido a nadie, a pesar de estar en situaciones realmente penosas, pedir la eutanasia, porque se sienten queridos, abrazados. La soledad ha sido vencida de raíz. Por eso, viviendo con ellos, comprendí que la batalla contra la eutanasia se juega en la capacidad de amar libremente al paciente cogiéndole de la mano, permaneciendo a su lado hasta el final.

Antes de estar en silla de ruedas, cada mañana llevaba el Santísimo Sacramento a cada paciente; los bendecía a todos y a los que estaban conscientes les daba también la Comunión. Cuando alguien moría, celebrábamos misa en la capilla con el cuerpo presente y luego lo llevábamos al cementerio que tenemos en un terreno en el campo, cerca de la granja. Ahora, en la clínica, con la ayuda de un sacerdote, hacemos una procesión cada miércoles por la mañana con el Santísimo Sacramento.

No solo todo es bello, sino que brilla la pasión educativa por la verdad, para que todos los que  estamos aquí podamos experimentar la presencia del Misterio en cada detalle. Hasta ahora hemos acompañado hasta la muerte a casi 2.000 pacientes enfermos de SIDA, de cáncer y otras enfermedades.

Yo soy un pobre hombre, pero aquí Dios hace cosas que conmueven al mundo.

Por último, quiero reconocer la presencia de la Divina Misericordia en esta obra, manifestada a través de la belleza de cada detalle: todo esto es fruto de esa belleza y ese abrazo que Giussani me dio hace tantos años. De otro modo no se puede explicar cómo puede existir una obra así que cuesta millones de dólares, que ni siquiera sé de dónde han salido. Soy un pobre hombre, soy casi nada: pero aquí Dios sin duda ha hecho cosas que conmueven al mundo entero. Esta es la prueba de la presencia de Dios, que se sirve de pobres como yo. Aún hoy pienso: «Señor, ¿cómo has hecho todas estas cosas?» Sin duda veo que el Señor necesita personas inútiles, pero que se entregan totalmente a Él para dejarle hacer lo que aquí existe.

Por ello, me gustaría dar las gracias a todos, empezando por el Santo Padre Francisco que, cuando visitó Paraguay en 2015, contraviniendo el protocolo, decidió venir a la clínica para bendecir a los enfermos. Mientras visitaba la capilla, me dijo: «Padre Aldo, esto es obra de Dios, ¡adelante!».

Y también quiero agradecer a mi gran y querido amigo que está aquí conmigo, el padre Patricio que me sostiene con su humanidad: con él comparto este trabajo, especialmente cuando viene aquí tres veces por semana a celebrar misa. Y también quiero agradecer a la Fraternidad San Carlos Borromeo en las personas que nos visitan sistemáticamente, que cuando vienen siempre me muestran una gran atención y un gran amor por mí.

Es siempre el mismo abrazo del principio, que sigue vivo, palpitante, tierno y fuerte.

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