Por las calles de Roma con tres preguntas

La «peregrinación de las siete iglesias»: un camino de fe y gratitud para volver a descubrir el pueblo que es la Iglesia.

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Los seminaristas por las calles de Roma en la peregrinación de las siete iglesias.

En el seminario llevamos un tiempo proponiendo una peregrinación de inicio de curso. Ponemos en manos de Dios nuestra vocación y pedimos por todas las intenciones que nos confían nuestros amigos.

El recorrido es el de la «peregrinación de las siete iglesias». La idea viene de San Felipe Neri, el cual, por las noches, junto a sus jóvenes, iba a rezar a las sietes iglesias jubilares de Roma.

Salía de Santa María in Vallicella, pasaba por San Pedro y San Pablo Extramuros, seguía por San Sebastián y San Juan de Letrán; a continuación, paraba en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén y en la de San Lorenzo, hasta llegar a Santa María la Mayor.

En total son 25 kilómetros, un recorrido que ayuda a los peregrinos a hacer memoria de los grandes santos que marcaron los orígenes de la comunidad cristiana: desde el primer papa, Pedro, y el primer misionero, Pablo, pasando por los primeros mártires hasta llegar a María, madre de la Iglesia.

Este año, al volver a Roma después del periodo de formación en México, quise volver a hacer esta peregrinación con mis hermanos siguiendo las huellas de san Felipe, para encomendar a Dios la Iglesia, nuestra Fraternidad y el seminario.

Caminando por las calles de Roma, mientras me fijaba en los coches alineados delante de los semáforos y en la gente que pasaba a nuestro lado corriendo, con cascos en las orejas, me preguntaba: ¿quiénes somos nosotros? ¿a dónde estamos yendo? ¿por quién lo hacemos?

Caminábamos con aquellos a través de los cuales Cristo ha venido a nuestro encuentro

Me vino a la mente La anunciación a María, en la que uno de sus protagonistas, Anne Vercors, cuando su mujer le pregunta por qué lo quiere dejar todo para ir a Jerusalén, dice: «Somos demasiado dichosos. Y los demás no lo suficiente». Como ella insiste y le pregunta cómo podría hacer ese camino solo, él le responde: «¡Yo no estoy solo! ¡Es un alegre y gran pueblo el que parte conmigo!».

De vuelta a nuestra peregrinación, en uno de los momentos de silencio miré a los otros seminaristas y a los amigos que nos acompañaban, que venían de diversas partes de Italia y del mundo, y pensé, como Anne, que estábamos caminando con las personas a través de las cuales Cristo ha venido a nuestro encuentro, suscitándonos el deseo de seguirle. Este es el gran pueblo de la Iglesia. Después, mientras meditaba los misterios de la pasión de Jesús, como sugiere san Felipe, sentía una profunda gratitud por el hecho de que haya querido dar su vida por mí. Entonces, deseé ofrecer el cansancio del camino por tantas personas que están atravesando momentos de dificultad, o que simplemente están buscando un sentido para su vida, para que puedan conocerlo y acogerlo en su corazón. Las tres preguntas que me hacía encuentran ahora una respuesta más clara: nosotros somos aquellos que hemos sido salvados y caminamos juntos en la vida, conociendo al Salvador, y esperando y abrazando a todos los que Dios desea unir a nuestra compañía.

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