En junio estuve en Lourdes durante una semana. Fui con un grupo de ciento cincuenta alumnos del primero de secundaria de distintos colegios católicos de nuestra diócesis. Es la segunda vez que acompaño a los chicos del ITEC Philippine Duschene, el colegio donde trabajo, junto a la profesora de matemáticas.
El objetivo del viaje es ofrecer a los jóvenes una experiencia fuerte de servicio y ayuda a los enfermos. Es muy bonito ver siempre cómo se dan a personas que no han visto nunca. Pero este año me ha impresionado otra cosa que también sucede en este lugar especial. Ofrecer a los adolescentes que entren en el santuario, que vayan a la gruta, es como abrir una brecha en el horizonte cerrado en el que viven inmersos.
Ahí mismo sucedió algo, un hecho extraño que se dio de manera imprevisible. Los alumnos escucharon varias veces la historia de las apariciones de la Virgen a Bernadette, tocaron la roca de la gruta, vieron la fuente y bebieron de su agua, vieron los cirios que no han dejado de iluminar el lugar desde que Bernadette acudió con una vela a la cita con la «Señora». Podían pensar perfectamente que se trataba de una historia bonita que sucedió en 1858 y de la que nunca se sabrá a ciencia cierta si fue verdad. Pero mientras les surgía esta objeción, veían pasar ante sus ojos oleadas de gente que acudían a Lourdes, movidas por muchos motivos diferentes. Veían personas de todo tipo, de aspecto y de cultura, que hacían los mismos gestos, rezar y ponerse de rodillas. Y también nos veían a nosotros, los responsables, hacer esos gestos. ¡No era solo la monja, también la profesora de matemáticas se lavaba la cara con el agua de la fuente!
Parece un lugar donde se disuelve la niebla que separa el Cielo de la tierra
El último día, antes de la vuelta de noche en autobús hasta Grenoble, fuimos a ver por última vez a la Virgen y encendimos un gran cirio que habían decorado los chicos. Al verles pasar bajo la gruta, sabiendo que para algunos la fe es algo lejano todavía, pensé que no solo habían vivido una semana sirviendo a los enfermos, sino que habían hecho un gran ejercicio de hacer resurgir en ellos su espiritualidad entumecida. Entonces, entendí por qué desde el primer día los alumnos no habían parado de hacer preguntas ante todo lo que veíamos: ¿por qué esto? ¿qué hace esa persona? ¿qué significa? ¿es verdad todo?
En la historia de las apariciones de Laurentin, se describe Lourdes como «un lugar muy discreto». Un lugar donde la niebla que divide el Cielo de la tierra, el confín entre la realidad concreta y la invisible, parece disolverse. Realmente abre una brecha en nuestro horizonte.