El abrazo que salva

Homilía de Paolo Sottopietra, superior general de la Fraternidad de San Carlos, en ocasión del funeral del padre Aldo Trento.

Padre Aldo Trento Fortunato

Es un honor para mí poder dirigir el último saludo a nuestro querido Padre Aldo durante la Misa de su funeral y antes que nada quisiera traer a todos la cercanía y el cariño de Monseñor Massimo Camisasca, fundador de la Fraternidad San Carlos.

Agradezco al arzobispo, el Cardenal Adalberto Martínez Flores, por haber deseado presidir esta Eucaristía. Agradezco también al Nuncio Apostólico, Monseñor Vincenzo Turturro, por haber querido concelebrar esta santa Misa. Su presencia es para los sacerdotes de nuestra comunidad y para toda la feligresía de San Rafael un gran consuelo.

Saludo a mis hermanos sacerdotes de la Fraternidad y a los demás sacerdotes que hoy nos acompañan.

Saludo en particular a Guido Trento, hermano del padre Aldo, y a su sobrino Federico que representan acá a los familiares de un sacerdote que, cuando era todavía muy pequeño, ha dejado su pueblito y sus padres, en las montañas del norte de Italia, fascinado por el ideal de la misión. Como sabemos, Aldo entró en la Congregación de los Canosianos y sucesivamente fue acogido en la Fraternidad San Carlos.

Deseo saludar a los miembros de las fundaciones “San Rafael” y “San Joaquín y Santa Ana”, fundadas por el padre Aldo para sostener las obras comenzadas por él y que ahora tienen la delicada tarea de administrar su herencia material y espiritual. Un agradecimiento muy sentido quiero dirigir a Oscar Escobar, director de la clínica “San Riccardo Pampuri”, y a las enfermeras que se han dedicado a cuidar al P. Aldo, porque lo han atendido con sincero amor hasta el último momento.

Saludo también a los enfermos, ancianos y jóvenes atendidos por la Fundación, que han querido estar presentes en esta Misa de exequias. Finalmente, saludo a todos ustedes, amigos del Movimiento de Comunión y Liberación con sus responsables, y feligreses de esta parroquia, que han conocido y amado al P. Aldo y que han acudido aquí ahora para decir adiós a sus restos mortales.

Quisiera pronunciar ahora algunas palabras acerca de la obra a la cual el P. Aldo ha consagrado su vida en beneficio de los más pobres y marginados de nuestra sociedad para que podamos recordar lo que albergaba en su corazón.

Ya he perdido la cuenta de las veces que he visitado este lugar. Solamente este año, 2024, es la tercera. Todas las veces que uno llega acá desde Italia, en la parroquia San Rafael, lo embarga el asombro por aquello que encuentra. Siempre me ha parecido un espacio humano, lleno de una laboriosidad buena.

Acá, cada piedra, cada mata, imagen o frase colgada en las paredes, la limpieza, orden y, por encima de todo, la proporción de los espacios arquitectónicos… todo habla de una intención particular y de una mirada global, destinada a abrazar a todo el hombre y su existencia, en todas sus dimensiones y por todos sus días terrenales y eternos. Una mirada hacia lo humano que es realmente católica y da forma a todo.

Acá uno encuentra un espacio pensado para conjugar juventud y madurez, salud y enfermedad, vida y muerte. Hace algunos años, cuando todavía la clínica ocupaba el edificio del tinglado, me llamaba la atención ver a las personas que morían en la clínica, dispuestas y veladas en el gran patio cubierto donde durante la mañana se escuchaban las voces alegres y llenas de vida de los niños de la escuelita. ¡La vida humana es un misterio tan concreto! Y este lugar lo representa muy bien, uniendo la alegría ingenua de los niños, el deseo de vida de los jóvenes, el dolor de quien ha sido abandonado y herido, la soledad de quien ha sido rechazado por todos, los pensamientos de quien se prepara conscientemente al gran paso de la muerte… y todo esto en los mismos metros cuadrados.

Este es un espacio pensado para que el Santísimo Sacramento permanezca siempre en el centro, hostia blanca accesible a todos

Este es también un espacio pensado para que el Santísimo Sacramento permanezca siempre en el centro, hostia blanca que se vuelve accesible a todos, mostrada para que sea visible desde la calle por medio de una gran ventana que parece abrir la capilla de la clínica a un mundo que tiene necesidad de ser atraído por Cristo. Cuando P. Aldo era párroco, amaba decir que el verdadero “párroco” era el Santísimo Sacramento y sucesivamente también lo nombró “director” de la clínica. Esa misma hostia recorre todavía hoy los pasillos de la clínica y de las casas de ancianos, se detiene al lado de las camas, bendice, consuela, indica el significado del sufrimiento y lo vuelve humano, o más humano. Quien le abre el corazón queda transfigurado. Detrás de esa hostia, los ojos de nuestra memoria reconocen todavía la figura de este nuestro hermano sacerdote, que con el paso de los años se vuelve siempre más encorvado y dificultado en los movimientos. Hasta que, un día, esa misma hostia le ha comenzado a visitar también a él, ya que no podía levantarse de la cama y la esperaba igual que los demás enfermos y moribundos, en una de las habitaciones que había construido para ellos. En la cabecera de su cama, P. Aldo tenía puesto el nombre del P. Massimo Camisasca, por quien Aldo ofrecía de manera especial sus sufrimientos.

P. Aldo quería que la personas que acogía, a menudo recogidas literalmente de la calle, fuesen tratadas como reyes y pudiesen morir conociendo la gratitud por una mano tierna que llegaba a atenderlos, por una sonrisa desconocida que llegaba para curarlos. El P. Pío ha dicho una vez que: “Para la Eucaristía nosotros utilizamos copas doradas, porque se trata del cuerpo y la sangre de Cristo. Pero Cristo es el enfermo, y si yo pudiera construir una clínica dorada, ¡lo haría!”. Podría ser esta una frase del P. Aldo. Y no es una casualidad que Aldo fuera devoto del P. Pío.

1 Paraguay, Gennaio

P. Aldo ha podido también entrar en un diálogo profundo con la cultura paraguaya.

Ha aprendido el lenguaje de este pueblo y sus símbolos, así como se puede ver en los vitrales de este templo y aún más en la fachada de la clínica “San Ricardo” y en su preciosa capilla. En estos espacios es viva y actual la tradición cristiana del pueblo paraguayo. San Rafael es una Reducción del siglo veintiuno, un lugar de belleza y orden. Acá un gran número de personas han recibido la fe o han vuelto a encontrarla, han comenzado a construir su vida sobre el cimiento de Cristo, han aprendido a mirar al mundo con una mirada nueva. Acá muchos han entrado en contacto con el carisma del P. Giussani, fundador del movimiento eclesial de Comunión y Liberación. También pertenecían al Movimiento los dos sacerdotes que han precedido a Aldo como párrocos de esta parroquia antes de la llegada de la Fraternidad: Pa’i Lino y Pa’i Alberto a quienes están dedicados el colegio y la escuela de la Fundación, respectivamente. Fue el P. Alberto, en particular, quien acogió y dio cuidado al P. Aldo en un momento muy difícil, del cual el mismo P. Aldo habló públicamente y que ya todos conocemos.

He aquí la verdadera paradoja cristiana que uno encuentra al llegar acá: esta es una casa de misericordia y de sanación, en primer lugar para el P. Aldo. De esta manera, ha sido aquello que todas las casas de la Fraternidad San Carlos están llamadas a ser: lugares donde, a través la comunión con los hermanos, Dios cuida de nosotros, casi como una madre que cuida y custodia a sus hijos. “En este sentido es una casa bendecida”, me dijo el P. Patricio durante mi reciente visita en el mes de noviembre. Una casa que, precisamente acogiendo la herida humana del P. Aldo, “ha sabido acoger a su vez el sufrimiento de muchos y se ha vuelto fecunda”, como me ha dicho el P. Julián.

De hecho, no hay otra clave que pueda explicar de forma más plena la vida del P. Aldo, sino el abrazo que él ha recibido por Dios, en primer lugar, a través del P. Giussani, quien ha sido para él como un verdadero padre que lo ha perdonado y relanzado, y sucesivamente a través de muchos amigos más. Aldo quiso que el abrazo que recibió por el P. Giussani fuera recordado en una de las pinturas de la clínica. Recuerdo un diálogo que yo tuve con él en el 2018. Hablando de ese momento de su historia y de la crisis que atravesó, el P. Aldo me dijo: “A veces, para salvar la vocación de un sacerdote, se necesita tomar decisiones severas. Giussani me dijo que, si yo quería salvarme, tenía que venir a Paraguay”, y esto implicaba para el P. Aldo dejar en Italia toda una vida. “Pero me dijo también que yo era amado. Lo más importante para un sacerdote en crisis es que se sienta amado por sus superiores”.

La clave que explica de forma más plena la vida del P. Aldo es el abrazo que él ha recibido por Dios, en primer lugar, a través del P. Giussani

Este ha sido el abrazo que ha salvado a P. Aldo. Nada sentimental, sino una mirada que no censura el mal y reconoce el bien y en este se apunta. Expresión de un profundo amor viril, capaz de infundir confianza e indicar con firmeza el camino a recorrer.

¡Cuántas veces el mismo P. Aldo sería luego tierno y severo al mismo tiempo! Cuántos testimonios pude escuchar ayer, de personas que recuerdan: “Aldo esa vez me regañó, pero me cambió la vida”.

En el fondo yo creo que es por esto que el eco de esta obra ha traspasado los límites del Paraguay. Las noticias de San Rafael han sorprendido y consolado a personas de todo el mundo, personas que buscaban este mismo abrazo. Personas de todo el mundo han acudido aquí. Acá han sido destinadas muchas ayudas materiales y muchos hombres y mujeres han colaborado con generosidad para hacer de este lugar lo que es. Incluso el Papa Francisco quiso visitar este sitio, improvisando un fuera de programa durante su visita apostólica de 2015.

Quiero entonces y finalmente agradecer también a todos aquellos que han acompañado y sostenido la obra del P. Aldo durante estos largos años. Gracias a todos aquellos que han luchado con el P. Aldo, por el bien de las obras y por su propio bien y han incluso sufrido por esto. Hoy es más fácil mirar con una sonrisa a ciertas características de este hermano nuestro, traspasando defectos y pecados, y toda la fragilidad humana en la cual brillaba la luz de su llamada. Somos como vasos de barro, frágiles, que contienen el tesoro de la luz de Cristo. Y esto, como escribía San Pablo a los Corintios, “para que se manifieste que esta extraordinaria grandeza viene de Dios y no de nosotros” (2Cor 4, 7). Esta es la santidad cristiana: ser instrumentos de una fuerza que no viene de nosotros.

Padre Aldo ha concluido ahora su camino en esta tierra. Delante del Padre celestial, así como lo ha hecho miles de veces durante su vida entre nosotros, pide ahora perdón y misericordia. Aldo ha sido un hombre de la misericordia de Dios, en primer lugar, porque ha hecho él mismo experiencia de esta misericordia, y luego porque ha deseado ser un signo de ella para los demás. Y, finalmente, porque ha implorado con la certeza de un hijo de poderla recibir en el cielo.

Hoy, entonces, nos alegra el pensamiento que los más pobres entre los pobres que el P. Aldo ha hospedado acá, los rechazados que él ha amado, los enfermos cuyos corazones ha sanado llevándolos a Cristo, lo acogen hoy en el cielo con alegría. Esto es también lo que pedimos a Dios, por la intercesión de la Virgen Caacupé, Reina y Patrona del Paraguay.

Ave, María purísima.

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