Cada sábado, unos cuarenta niños de tercero, cuarto y quinto de primaria, acuden a catequesis a la Navicella (la basílica de Santa María in Domnica): juegos, cantos, merienda juntos y una breve reflexión sobre el Evangelio del domingo, que siempre conlleva sorprendentes preguntas y observaciones de los niños. Para terminar, la misa con las familias.
La propuesta es recibir la confesión y la comunión después de, al menos, dos años de catequesis, añadiendo una serie de encuentros de catequesis propiamente dicha para conocer mejor a este Jesús, cuyo Cuerpo y Sangre se preparan a recibir.
Entre los niños de este año se encontraba Maria Gabriella, una niña rubia con ojos azules, de mirada despierta y traviesa, que padece el síndrome de Angelman. Solo consigue expresarse con gestos e imágenes, pero lo entiende todo, sobre todo cuando se divierte haciendo bromas al resto.
Un día, sus padres, Valeria y Ettore, me preguntaron qué pensaba acerca de la posibilidad de que Maria Gabriella hiciera la confesión y la comunión. Desde el principio se daban cuenta de que no sería sencillo afrontar la preparación. Sería necesario hacer un cuadernillo expresamente para ella para hacerle entender el significado de lo que recibiría. Pero ellos consideraban que era el mejor momento. Veían que Maria Gabriella se daba cuenta del mal que hacía cuando desobedecía, cuando tiraba de los pelos a sus hermanas o tiraba objetos. Y se entristecía por ello…
Su pregunta me impresionó mucho. ¿Cuántas veces vivimos los sacramentos como gestos que repetimos sin darles mayor significado? Me mostré disponible para ayudarles, sobre todo para tratar de entender qué sería lo esencial que habría que comunicar a Maria Gabriella. ¿Cuál es el corazón de la confesión? ¿Qué se necesita para obtener la absolución? ¿Cómo disponerse para recibir la Eucaristía?
«¿Quieres darle este peso a Jesús para que lo destruya?»
Una noche, mientras cenaba en su casa, intentamos responder a estas preguntas. El corazón de la confesión es reconocer que cuando obramos el mal no somos felices. Por eso Jesús quiso cargar sobre sus espaldas nuestro mal, para liberarnos de este peso. Una vez que tradujimos este concepto en símbolos que Maria Gabriella pudiera entender, la pregunta que le hicimos fue: «¿Quieres darle este peso a Jesús para que lo destruya?». Su respuesta, después de dejarle el tiempo necesario para ayudarle a comprender, fue: «Sí». En la confesión, Dios quema nuestro mal si tenemos una mínima conciencia del hecho en sí y si deseamos entregárselo para que él lo elimine y nos aligere el peso, de modo que volvamos al camino para ir hacia Él, hacia nuestra felicidad.
La comunión es afirmar el deseo de la amistad con Jesús. Comer su Cuerpo significa volver a decir, como Pedro: «Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que me equivoco, pero te quiero. Ayúdame a quererte más».
Durante cuatro meses, Valeria y Ettore ayudados por las terapeutas de la asociación a la que acude Maria Gabriella, prepararon el cuadernillo adaptado de la catequesis y quisieron poner a disposición de otras familias el trabajo que realizaron. Antes no existía nada por el estilo para niños que sufren el síndrome de Angelman. Maria Gabriella se confesó y recibió por primera vez el Cuerpo de Jesús.
¿Para qué sirven los sacramentos? No tiene por qué suceder que antes o después nos “sintamos diferentes a nivel emocional”, ni siquiera que entendamos hasta el fondo lo que estamos haciendo. Entonces, ¿por qué recibirlos?
La historia de Maria Gabriella me ha ayudado a volver a poner en el centro el hecho de que Dios actúa, más allá de lo que entendamos o de que nuestro sentimiento sea o no el adecuado. Solo se nos pide dejarle acercarse, decirle que Le deseamos. El resto lo hace Él.