El día más bonito

Una peregrinación a Lourdes. Cinco días de servicio, encuentros y el descubrimiento de la misericordia infinita de Dios.

Noce Dimensioni Grandi
Sor Lidwin en la peregrinación a Lourdes con la diócesis de Grenoble-Vienne.

La diócesis de Grenoble-Vienne, en Francia, organiza todos los años en julio una peregrinación a Lourdes con diversos grupos, familias, catecúmenos, enfermos, jóvenes, scout, etc. Lidwin y yo pedimos unirnos al grupo del Hospitalité Dauphinoise, que se encargaba de servir y acompañar a los enfermos. Fueron cinco días intensos, donde los ritmos del día estaban marcados por las curas a los enfermos y la posibilidad de que acudiesen a los gestos de la peregrinación. El día empezaba temprano, con la oración de la mañana antes de que los enfermos se despertaran, y concluía por la noche, después de haberles ayudado a ir a la cama, con una última visita a la gruta de las apariciones, a los pies de la Virgen y poner todo en sus manos. Los grupos de voluntarios se distribuían las habitaciones donde dormían los enfermos, cada uno con su necesidad particular: desde la necesidad de ayuda para vestirse o lavarse, a la necesidad de una mano para poder hacer todas las tareas cotidianas.

Hubo muchas ocasiones para hablar con los enfermos y los otros voluntarios, ya fuera trabajando o en los momentos de espera de las procesiones.

Cada uno llegaba a Lourdes por caminos y con motivos diferentes, en su situación concreta respecto al camino de fe y vida, con preguntas, miedos, deseos y conciencias diferentes. En cualquier caso, todos, de alguna manera, habían sido llamados a ponerse a los pies de la Virgen.

Se me ha quedado grabado especialmente un hecho que sucedió con una joven mujer, gravemente enferma. Durante la peregrinación se propuso hacer una celebración penitencial, con la posibilidad de confesarse. A todos los enfermos bautizados que deseaban recibir este sacramente se les distribuyó una tela morada para indicar a quién debía acompañar el sacerdote. La reacción de esta mujer a la invitación fue de perplejidad. Hacía años que no pensaba en la posibilidad de confesarse. Solo recordaba a su abuela que, cuando era niña y hacía algo mal, le decía que el Señor se enfadaría y quizá la castigaría. La anciana señora nunca había mencionado la posibilidad del perdón, algo que en cambio mencionaba en ese momento el sacerdote.

Qué regalo más grande saber cuánto nos ama Dios

«Claro que al Señor le duele cuando hacemos algo malo a sus ojos, porque nos quiere mucho, y justo por eso quiere perdonarnos y acogernos. Solo espera a que pidamos perdón y Le miremos de nuevo». Es lo único que conseguí decirle justo antes de que otra voluntaria le acompañase al ascensor. Por la noche, antes de ir a dormir, quiso coger la tela morada para tener también ella la posibilidad de confesarse. Al día siguiente me tocó acompañarla. Cuando fui a recogerla después de la confesión y la llevé al altar para colocar su vela, signo de la vida renovada, estaba sonriente y conmovida. Con los ojos bien abiertos repetía: «El Señor me ha perdonado». Al salir de la iglesia, delante de la gruta, se giró hacia mí y la otra voluntaria y, de nuevo, con lágrimas en los ojos, dijo: «Hoy es el día más bonito, ¡el Señor me ha perdonado! ¡He descubierto de verdad que el Señor es misericordioso y que me puede perdonar!». Lo repitió muchas veces de camino hacia el albergue. Hasta los regalos que quiso coger para sus sobrinos adquirían un espesor diferente. Ese día ella había recibido un gran regalo.Qué regalo más grande saber cuánto nos ama Dios. Es precioso ser testigos de ello. En un momento de la peregrinación escuché a un sacerdote del santuario que decía que la Virgen de Lourdes espera a los peregrinos para acogerlos y «llevarlos» a Jesús. Esto es lo que realmente sucedió. 

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