«Mira, sister, pasamos nuestra infancia en la aldea, donde cada adulto se sentía responsable de la educación de cada niño. En cambio, aquí, en Nairobi, la familia extensa no existe, nos encontramos solos frente a la educación de nuestros hijos y a veces no sabemos qué hacer ni a quién pedir ayuda». Estas palabras que me dirigió el padre de un alumno del colegio Urafiki Carovana (Nairobi) donde doy clase, me dieron qué pensar. Nairobi es un diferente a la idea generalizada de las ciudades africanas. Es una realidad en expansión continua, un maremágnum de grupos étnicos diferentes. La vida es más agitada que en las aldeas y, por encima de todo, las relaciones sociales son totalmente diferentes. Los vecinos no suelen conocerse; a causa del trabajo, es difícil verse. Los padres de mis alumnos forman parte de una generación que está atravesando un periodo de grandes cambios. La mayor parte de ellos han estudiado y son críticos con el modo rígido y a veces violento con el que han sido educados, y desean tener una relación más cercana con sus hijos. Al mismo tiempo, les cuesta encontrar un modelo en el que inspirarse. En definitiva, la pregunta sobre cómo educar a los hijos es una de las que, en calidad de profesores, vemos que se nos hace cada vez con más frecuencia.
De este modo, nació la idea de organizar cursos para padres, con el objetivo de compartir algunos temas y ayudarles en este fascinante y delicado camino. Comenzamos con temas propuestos por los propios padres (cómo comunicarse con los hijos, de qué modo afrontar la tecnología, la sexualidad, su desarrollo).
Contactamos con algunas personas para que nos ayudasen y así nacieron los cursos de parenting. Las charlas comienzan con una oración común, seguida de una breve introducción y el invitado de turno trata de un tema en específico. Algunos de los invitados son padres que, al conocer el proyecto, han dado su disponibilidad para venir a hablar. A continuación, viene la parte que más me gusta: los padres se dividen por grupos y surge una conversación en torno a una pregunta propuesta por nosotros. Al hacer este trabajo se involucran, comparten las experiencias de vida relacionadas con sus hijos y familias. Al final, se presenta a todos lo que ha ido saliendo. Siempre es una ocasión preciosa de aprender los unos de los otros. Es muy bonito ver sus rostros alegres, consolados por el hecho de que otro está viviendo las mismas dificultades, de que no están solos y de que es posible compartir la vida y caminar juntos.
Cuando pienso en nuestra misión de Nairobi, veo que las escuelas, la parroquia, el hospital y todos los lugares en los que trabajamos están llamados a convertirse en la aldea donde todas las relaciones vuelven a estar vivas, donde nos acompañamos en la vida. Para mí es una fuente de gratitud descubrir en la otra parte del mundo, en personas con una historia y cultura totalmente diferentes a la mía, compañeros de camino que llevan en el corazón el mismo deseo educativo y de los que no dejo de aprender.