Una historia de caridad

En la caritativa en la capital húngara para aprender a amar y mendigar la salvación.

Caprioli Ipotesi 1
Alessandro Caprioli (de espaldas), durante la caritativa en un centro de acogida a personas sin hogar.

IEl cristianismo se difundió en Hungría gracias a la santidad de los miembros de la familia real, que durante siglos gobernaron el país inspirados por el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia romana. No solo se trataba de gobernantes ilustrados. A menudo eran auténticos santos canonizados por la Iglesia. Uno de sus rasgos característicos era su preocupación por los pobres. Nobles por herencia, nacieron en el palacio real; nobles de espíritu, se ocupaban de los leprosos, los desamparados y los enfermos, no solo a través de fundaciones y donaciones sino, en muchos casos, atendiendo directamente a los pobres, alimentándolos, vistiéndolos y, a veces, cargándolos literalmente sobre sus hombros. Una alianza −la del trono, altar y hospicio− típica del medievo cristiano.

Esta tradición de caridad sigue viva en una parte del mundo católico húngaro. Cada semana voy a un servicio para personas sin hogar en el centro de Budapest. Se proporciona comida, medicinas, ropa y apoyo burocrático a quienes viven en la calle o en situación de pobreza extrema. Los pobres son muchos. No es la situación económica del país la principal razón del gran número de necesitados. La razón es sobre todo espiritual y está relacionada con la crisis de las familias: hay quienes, enfermos, han sido rechazados por familiares o cónyuges y se han encontrado completamente solos. Hay quienes, por decisión propia, deciden rechazar todo y a todos. Hay quienes se han hundido en la vorágine del alcoholismo o han salido de la cárcel. La mayoría de estas personas sufren problemas psicológicos. Los factores se superponen entre ellos. Mi trabajo consiste sobre todo en preparar los bocadillos por la mañana, antes de que empiece el servicio. Luego tenemos un momento de oración con los voluntarios y los trabajadores del centro. Cuando llegan los huéspedes, distribuyo café, siempre muy demandado. Con algunos charlamos, otros piden confesarse. Hay antiguos profesores universitarios y también semianalfabetos. «Padre, ¿cómo no voy a querer las cosas de los demás si vivo en la calle rebuscando comida en los cubos de basura?».

Hasta en el más mínimo detalle estamos hechos para «algo más»

Hay una señora que, cada vez que me acerco a servirle el café en el vaso de plástico, me pregunta siempre: «¿Podría servirme un poco más?». Al principio pensé: «Pero, ¿cómo? El vaso todavía está vacío, ni siquiera he empezado a llenarlo de café y ya se está quejando…. Uno de tantos personajes raros…». Entonces me di cuenta de que su petición tenía un sentido: expresaba el deseo, la necesidad de ese «algo más» que habita en el corazón de todo hombre. El pan, la bebida, un par de zapatos o las drogas no bastan. Hasta en el más mínimo detalle, a menudo inconscientemente, estamos hechos para algo más. Al principio, se traduce en un poco de atención, en una sonrisa, en una mirada humana. Pero la necesidad por excelencia es de Dios, de su verdad y de su perdón. Algunos de estos sintecho me testimonian −con frecuencia más que las personas ricas que encuentro− una pobreza de espíritu ejemplar. Mihály, un portero de discoteca tatuado, conoce el catecismo mejor que mis universitarios. Cuando me pide hablar es de una humildad conmovedora. Todos somos pobres mendigos ante Dios, tenemos necesidad de ser salvados. Por ello, agradecemos al movimiento de Comunión y Liberación que nos haya dado una gran conciencia de ser cristianos y, a través de la educación en la caritativa, una herramienta para vivir concretamente esta conciencia. Como escribió Hans Urs von Balthasar en su última obra-testamento sobre el Credo: «Es un misterio cómo juzgará el Señor al final, pero por el Evangelio sabemos que no seremos juzgados por lo elevado de nuestros pensamientos o la profundidad de nuestras experiencias espirituales, sino según la caridad. “Tuve hambre y me disteis de comer” (o no me disteis)».

Contenido relacionado

Ver todo
  • Testimonios

Sin palabras

Cuando ya no quedan palabras, la única respuesta adecuada es la presencia de Cristo.

  • Martino De Carli
Leer
  • Testimonios

¿En qué idioma habla el corazón?

Ni siquiera la dificultad del idioma puede impedir comunicar lo que nos es más querido. Testimonio desde la capital de Hungría.

  • Andrew Lee
Leer